Pasó algo más de una semana después de
la vuelta de Lightning a las filas de la Guardia, durante la cual se estableció
una tácita rutina en la vida diaria de los dos amigos: por la mañana ambos
acudían a sus respectivos trabajos –Lightning se despertaba antes que Hope– y
no regresaban hasta la noche; normalmente cenaban juntos, pero a veces les
asignaban los turnos de noche y tenían que quedarse trabajando hasta el
amanecer, y cuando llegaban a casa el otro ya se había ido a trabajar.
Había mucho por hacer, tanto en la
Guardia como en la Academia. Hope y Lightning no tenían más opción que trabajar
excepcionalmente duro, y en ocasiones no se veían en todo el día.
Era una situación extraña, pensó Hope
una noche en la que Lightning estaba cumpliendo su turno nocturno y, por tanto,
se hallaba solo en su casa. Sabiendo que su amiga estaba cerca, la soledad ya
no le pesaba tanto. Pero, aun así, sentía un vacío aquellas noches en las que
ni siquiera se veían.
En teoría no tendría por qué. Ellos
eran solamente amigos que estaban compartiendo techo durante un tiempo. Pero,
claro, ése era el punto de vista de Lightning. Para Hope significaba mucho más,
aunque fuese sólo temporal. Había asumido su condición de amigo mucho tiempo
atrás, y además sentía que era todo un honor contar con la joven como su mejor
amiga. Pero eso no significaba que sus sentimientos hacia ella no le hicieran
echarla de menos cuando no estaba a su lado.
Hope se giró entre las sábanas,
sonriendo con amargura para sí. Observó el hueco vacío de la cama, donde
Lightning dormía cuando no la requería su deber para con la Guardia. Pese a que
tenía la cama para él solo, el joven había desarrollado la costumbre de
mantenerse en su sitio aunque Lightning no estuviera allí. Tenía su lógica:
Hope se esforzaba por no rozarla cuando dormían, para no allanar el espacio
íntimo de su amiga, y si ocupaba toda la cama podría terminar haciendo lo mismo
mientras dormía aun si Lightning estaba allí. Y estaba seguro de que eso a ella
no le haría ninguna gracia.
Mientras intentaba conciliar el sueño,
Hope se preguntó si acostumbrarse a la compañía de Lightning era bueno o no. En
un principio así lo era, pues dejaría de ponerse nervioso por cualquier cosa,
pero tarde o temprano la joven encontraría una casa propia en Academia y se
marcharía.
Tener a Lightning cerca, aunque fuera
en otra parte de la ciudad, era la mayor alegría que podía concebir. Pero, como
se dijo Hope con un resignado suspiro, no dejaría de implicar que, una vez más,
la soledad volvería a su hogar.
Quizá lo mejor sería no perder la
costumbre de estar solo…
Los turnos de noche se contaban entre
los primeros puestos de la larga lista negra de Lightning.
Ya desde sus primeros años en la
Guardia, había detestado que le arruinaran su horario de sueño reclamándola
para cubrir un turno nocturno que no le correspondía. Ella siempre pedía los
turnos de la mañana: no podía rendir adecuadamente en el trabajo si no dormía
lo suficiente y con regularidad. Una soldado debía estar descansada y despejada
para poder darlo todo.
Pero, claro, tal y como estaba
Academia en aquel momento, no podía permitirse el lujo de no acudir cuando sus
superiores la reclamaban. Su fama la precedía, y para tareas importantes era
obvio que recurrirían a ella. Lightning cada vez tenía más claro que hubiera
preferido quedarse como sargento en la tranquila ciudad de Bodhum, sin pasar
por aquella trayectoria de lu’Cie, Campeona de Etro y Liberadora de Almas.
Lightning dejó escapar un bufido al
pensar en lo extraño que se le antojaba estar allí, en el cuartel general de la
Guardia, atendiendo a los nuevos refugiados que habían llegado a la ciudad. En
el tiempo que llevaba en Academia, no era la primera vez que lo hacía, pero
todavía no se había acostumbrado otra vez al contacto humano.
“Hacía
tanto tiempo que no estaba rodeada por tanta gente que me siento separada del
resto del mundo”, pensó la joven frunciendo el ceño. Aunque
antes le arrancarían la lengua que admitirlo, no era sólo que se sintiera
separada. Se sentía vulnerable, desconcertada. Como si hubiera olvidado cómo
moverse por el mundo.
Odiaba aquella sensación. Desde que su
madre muriera y ella y Serah se quedaran solas, Lightning había tratado de ser
fuerte por todos los medios, sacrificando todo aquello que se lo impidiera.
Todo fuera por la seguridad de Serah.
Pero ahora Serah ya no necesitaba su
protección. No sólo tenía a Snow a su lado, también a Noel. Y durante su
aventura a través del tiempo, su hermana se había fortalecido lo suficiente
como para defenderse sola. Además, había regresado de la mismísima muerte.
Lo cierto era que, en el tema social,
Hope no era de gran ayuda. Por supuesto, su compañía aliviaba aquella sensación
de desconcierto en aquel mundo que se le antojaba tan ajeno, pero en las dos
semanas que llevaban viviendo juntos, Lightning había averiguado a través de
sus comentarios que su amigo tendía a rehuir a la gente y recluirse en sus
propios pensamientos.
Lightning lo comprendía. En Academia,
Hope era todo un símbolo, y la gente lo idolatraba. Quizá no en otros lugares,
pero sí en el bastión de la Academia. Y ella, que lo había conocido cuando era
apenas un niño y podía afirmar ser la persona más cercana a él, sabía de sobra
lo tímido y reservado que era. Tanta popularidad debía de agobiarle en extremo.
Ella pasaba más desapercibida, al
menos entre los ciudadanos de a pie. Desgraciadamente, entre los soldados de la
Guardia no sucedía lo mismo: una vez se hubo corrido la voz de que Lightning
Farron, la Liberadora de Almas, formaba parte de sus filas, tenía que soportar
incómodos cruces en los pasillos con sus admiradores.
Serían las tres de la madrugada y
parecía que el capitán Audren no iba a dejarla marcharse todavía. Lightning
sacudió la cabeza con irritación y cambió de posición las piernas, clavando la
Hoja Candente en el suelo para apoyarse sobre su empuñadura. Estaba cansada y
lo único que quería en aquel momento era irse a casa y dormir todo lo que
pudiera.
Además, no era el único motivo. Cierto
era que apenas había comido nada antes de recibir el mensaje de su imprevisto
turno de noche, pero hacía un rato que había notado una dolorosa punzada en el
bajo vientre que hacía literalmente siglos que no notaba. Un dolor que no tenía
que ver con el hambre, que sí la había acuciado en Nova Chrysalia.
“Cuánto
tiempo sin vernos”, pensó la joven con sarcasmo.
Afortunadamente, sólo había notado la punzada una vez. No parecía que fuera a
ir a más, de momento. No le hubiera hecho ninguna gracia que algo así la
sorprendiera en medio de una guardia nocturna urgente.
Volver a experimentar cosas tales como
el hambre, la sed, el sueño… Lightning no había sido plenamente consciente del
tiempo que había pasado en Valhalla durante su lucha contra Caius Ballad. Ahora
sabía que habían sido cinco siglos hasta que entró en su sueño de cristal, y a
partir de entonces, otros quinientos años más. Todo aquel tiempo sin que su
cuerpo se viera acuciado por los procesos vitales. A veces no podía evitar
preguntarse si realmente seguía siendo humana.
Frunció el ceño al pensar en todo el
tiempo que había pasado. La verdad era que la simple idea quitaba el aliento.
Tanto ella como sus amigos superaban todos el milenio de vida, y sin haber
envejecido un ápice.
Bueno, todos menos Hope, claro. En su
caso, los años que había pasado atado a su tiempo, incapaz de adentrarse en el
Umbral de las Eras, sí se habían cobrado su precio. Por decirlo así, pensó
Lightning divertida, porque en realidad no es que le hubieran sentado mal. Pero
era un dicho común que los años pasaban factura.
“Quizá
no una factura física”, reflexionó la joven, contemplando el cielo
nocturno. “Pero sí una emocional. De
todos nosotros, no dudaría en afirmar que Hope es quien más ha sufrido.”
A ella también los años la habían
torturado sin piedad en ese sentido. Pero, por lo menos, había sido en un
período de no-tiempo. Sus compañeros habían escapado de tal peso gracias a los
viajes temporales a través de los portales. Quien realmente sabía lo crueles
que podían ser los años era Hope.
Lightning torció el gesto. “Como si no hubiera sufrido bastante ya”,
pensó.
Para ser sinceros, todos habían
sufrido mucho más de lo que deberían.
Se preguntó qué estaría haciendo su
amigo. Sin duda, dormir. Pasaba todo el día trabajando sin parar en las
oficinas de la Academia, y Lightning ya empezaba a preocuparse ante la
posibilidad de que cayera enfermo de puro agotamiento. Máxime cuando el joven
no era el paradigma de la robustez inmunológica.
Durante los turnos de noche, Lightning
echaba especialmente de menos el piso de Hope. No era mucho pedir un largo
descanso en una cama cómoda después de pasar el día patrullando la gigantesca
ciudad de Academia y entrenando a los nuevos –e inútiles, desde su punto de vista–
reclutas. Y el hecho de tener un techo bajo el que habitar era todo un lujo
para ella teniendo en cuenta sus recientes vivencias.
Y luego estaba Hope, que contribuía lo
que podía a que durante el tiempo que compartieran piso la estancia de
Lightning fuera lo más agradable posible. Con la cantidad de trabajo que
tenían, apenas coincidían en la cena y poco más, pero su amigo siempre se
mostraba atento con ella y se esforzaba en mantener las conversaciones pese al
cansancio para contarle sus progresos en la Academia o preguntarle las
novedades del día.
Lightning echaba de menos a alguien
con quien hablar. Por supuesto, durante su misión en Nova Chrysalia, ella y
Hope habían pasado mucho tiempo hablando, pero no era lo mismo un trabajo en
equipo a contrarreloj por la salvación del mundo que una convivencia, aunque
fuese temporal.
Rió entre dientes al pensar en ello.
No era una persona muy habladora y echaba de menos conversar con alguien. Su
soledad absoluta en Valhalla le había afectado mucho más de lo que creía.
Recuerdos de su pasado afloraron a su
mente, de su época de adolescente, antes de convertirse en Lightning. Ella y
Serah, estudiantes de instituto, conversando hasta altas horas de la noche en
los días de vacaciones. Sin preocupaciones ni peligros ni monstruos ni Marcas
de lu’Cie ni dioses. Habían sido días felices.
Después llegó la muerte de su madre, y
con ella, el nacimiento de Lightning. Aquello lo había cambiado todo.
“¿Para
bien o para mal?”, se preguntó la joven soldado, poniendo así a
prueba a su propia conciencia.
En otro tiempo, la respuesta habría
sido para mal: su transformación la había apartado de Serah, había erigido una
muralla entre las dos hermanas, y había acarreado la desgracia a todo aquel que
la rodeara. Un nombre que no la había ayudado a proteger, sólo a destruir.
Sin embargo, era consciente de que,
sin su transformación, no habría conocido a sus nuevos amigos, a su familia:
Hope, Snow, Sazh, Noel, Vanille y Fang, y tampoco hubiera recuperado a Serah.
Era lo mismo que compartiera techo con Hope, que Serah, Snow y Noel vivieran
lejos, que Sazh y su hijo Dajh viajaran de aquí para allá, y que Vanille y Fang
siguieran cristalizadas, tal vez para siempre, pero velando por sus amigos
eternamente.
Todo tenía su lado bueno y su lado
malo. Lightning había terminado por aprender a ser ella misma. O ésa era su
intención, al menos.
En tales reflexiones se hallaba
perdida cuando el capitán Audren se acercó a ella. Lightning estaba tan
ensimismada –y adormilada– que ni siquiera se percató de que el robusto hombre
se aproximaba.
-Sargento Farron.-dijo el capitán. La
joven soldado dio un respingo y se volvió alerta hacia él, hasta que descubrió
que se trataba de su superior, y se apresuró a realizar el saludo requerido.
-Discúlpeme, capitán Audren. Estaba…
estaba distraída.
-¿La he asustado? En ese caso debo
disculparme yo-rió Audren; el capitán de la Guardia de Academia había resultado
ser un hombre agradable y atento con sus subordinados. A Lightning le recordaba
a su antiguo teniente, Amodar-. No sólo por el susto, también por este turno.
Ella se limitó a enarcar brevemente
las cejas. No iba a reprocharle a su capitán la inoportunidad de aquel turno de
noche.
-Era necesario garantizar la seguridad
de los refugiados-siguió diciendo Audren-, y requería de su ayuda. Pero ya van
dos turnos extra que le he asignado. Temo que esté agotando a mi mejor soldado.
-No me es grato-Lightning decidió ser
sincera-, pero el deber es lo primero.
El capitán asintió.
-Bien dicho. Pero con
moderación-puntualizó sabiamente. A Lightning le gustaban sus reflexiones; Hope
ya le había contado que Audren se había ganado a pulso su posición y en
aquellas dos semanas había entendido por qué-. Un soldado agotado es un soldado
que no puede cumplir con su deber.
Lightning estaba de acuerdo con él. Es
más, ella misma llevaba cerca de quince días repitiendo casi las mismas
palabras a Hope cuando veía a su amigo al borde del colapso de cansancio.
-¿Cómo lleva su vida en Academia,
sargento?-preguntó el capitán Audren después de un silencio-¿Le gusta?
-Sí-respondió ella-. Aunque es muy
grande. Todavía no me acostumbro a tanta gente y a una ciudad tan enorme. Y
además hay mucho trabajo que hacer en ella.
-Eso es cierto. Y hablando de eso,
¿cómo se encuentra el Director?-si bien Lightning solía evitar las preguntas
acerca de su vida en la ciudad, el capitán sabía que ella y Hope compartían
casa, y por lo pronto no parecía haber sacado conclusiones erróneas-El otro día
tuve el gusto de saludarle en las oficinas, pero se le veía agobiado y apenas
le detuve un minuto.
Lightning rió entre dientes.
-Tal y como dice, capitán, no para
quieto. Algún día se pondrá enfermo de verdad. Quizá debería usted aleccionarle
sobre el rendimiento y el descanso, porque a mí no me hace caso.
-Si no le hace caso a usted, no se lo
hará a nadie-Audren también rió-. El Director era conocido por apenas dormir
dos horas y trabajar tres días sin pegar ojo. Los académicos le insistían
constantemente en que aquello era nefasto para su salud, pero creo que tuvieron
el mismo éxito.
Si aquello era cierto, desde luego
Hope estaba acostumbrado a pasar días enteros sin dormir apenas. Ahora entendía
mejor cómo consiguió mantener el contacto con ella en Nova Chrysalia
constantemente, pese a haber sido trece días completos de trabajo exhaustivo.
-Parece que conoce bien a Hope… quiero
decir, al Director, capitán.-a Lightning todavía le costaba referirse a su
amigo como “Director” o “Director Estheim”. Para ella siempre había sido Hope.
-Yo no diría que le conozco
bien-repuso Audren-. Traté con él los días previos a la caída del Nido para
preparar los detalles de la evacuación de la ciudad. Nadie pudo haber tratado
mucho con él entonces, de todas formas, porque despertó apenas dos semanas
antes.
Lightning enarcó brevemente las cejas.
¿Preparar el lanzamiento del Nuevo Nido y organizar la evacuación de la ciudad
en tan sólo dos semanas? No sabía si sentirse sorprendida o exasperada. Hope
necesitaría dormir unos cuantos años para recuperar todas las horas de sueño
perdidas.
-De todas formas-prosiguió el
capitán-, la mayor parte de lo que escuche en la ciudad sobre él son rumores.
Por lo que sé, en el 400 d. H. era lo bastante hermético y discreto como para
esquivar a los chismosos. Y parece ser que había muchos.
-¿Chismosos aplica a mujeres exaltadas
en torno a su persona?-inquirió Lightning, mordaz. Llevaba el tiempo suficiente
en Academia como para haberse enterado de aquel detalle.
Audren rió.
-Sí, eso creo. Pero hasta donde yo sé,
ninguna tuvo éxito. El Director no parece ser una pieza fácil.
Lightning dejó escapar una breve risa
entre dientes. ¿El tímido y reservado Hope, que además era un ex lu’Cie y un
brillante científico absorbido por su trabajo, una pieza fácil?
“Sería
más fácil que el infierno se congelara antes de que Hope se enamorara”, pensó,
divertida, intentando contener un bostezo de cansancio.
Sin embargo, el capitán no pasó por
alto aquel detalle.
-Es tarde-comentó, y dio una palmadita
en el hombro de la joven-. Creo que ya es hora de que le deje marcharse a casa,
sargento Farron.
Ella le miró sorprendida.
-Pero, capitán, ¿no me dijo que me
requería hasta el amanecer?
-No hay tanto trabajo como creía, así
que podremos arreglárnoslas. Mañana tiene el día libre, como recordará, así que
aproveche y descanse todo lo que pueda.
Lightning tardó un poco en reaccionar,
pero cuando lo hizo, esbozó una media sonrisa y le dirigió el saludo
correspondiente, agradecida por el gesto.
-Gracias, capitán.
Una de las cosas que había aprendido a
raíz de sus vivencias desde que se convirtió en lu’Cie era a aceptar la ayuda
de los demás. Algo que, en cierto modo, le debía a Hope.
No era la única que había sido mentora
de alguien…
Cuando Lightning llegó por fin al piso
de Hope, eran las cuatro y media de la madrugada. Entró lo más sigilosamente
que pudo para evitar despertar a su amigo por si acaso dormía, cosa que
comprobó cuando vio que todas las luces, excepto los pequeños tubos de neón que
delimitaban el pasillo de entrada, estaban apagadas. Encendió las suaves luces
del salón para no tropezar con nada, pues sin duda un estrépito despertaría a
Hope mucho más rápidamente que las luces.
Una vez se hubo desabrochado la vaina
de su sablepistola y la hubo colgado en el respaldo de una silla, Lightning se
dirigió a la cocina, con su estómago haciendo ruidos a causa del hambre. Era
tarde y no quería hacerse nada muy elaborado; si comía mucho antes de dormir,
le costaba horrores conciliar el sueño después.
Abrió la nevera en busca de la leche y
la vertió en un cuenco, introdujo un dedo en ella y se concentró apenas: una
pequeña llama surgió de la leche y empezó a humear levemente. Lightning sonrió
para sí mientras sacaba las galletas del cajón. Aunque Hope solía cocinar
mediante el fogón, para cosas menores prefería usar una mínima parte del
hechizo Piro, y le había enseñado a Lightning el truco y, lo más importante, a
controlar su poder divino para que no fundiera el recipiente. Le había costado
dos tazas y un vaso y un corte a Hope en la mano por el estallido de este
último antes que le pillara el truco.
Aunque la época del año no era muy
propicia, también sabía que su amigo se valía del hechizo Hielo para enfriar la
comida. Lightning sabía que Hope pretendía crear una sociedad en la cual la
magia y la tecnología fueran de la mano. Desde luego, él era el primero que
daba ejemplo, usando su magia –aun careciendo de la fuerza divina, la joven
sabía que Hope podría darle más de un quebradero de cabeza en un duelo de
magia– en los quehaceres cotidianos.
“Nuestras
vivencias han pasado a formar parte de nuestras vidas cotidianas”, pensó
Lightning mientras mojaba una galleta en la leche, pensativa. Todos los ex
lu’Cie, incluido Noel, estaban rehaciendo sus vidas en un mundo en paz.
Devastado, pero en paz.
Al menos podían usar sus poderes y su
experiencia para intentar reconstruir lo que sus acciones habían destruido. Era
una forma de redimirse de sus crímenes pasados.
Una vez se hubo comido las galletas y
bebido la leche, Lightning dejó el cuenco en el fregadero y lo llenó de agua, y
después de estirarse como un gato, se dispuso a dirigirse al dormitorio. Sin
embargo, nada más salir de la cocina, chocó de frente con algo que antes no
estaba allí.
Aturdida, la joven retrocedió en
tensión, maldiciendo haber dejado su sablepistola colgado en la silla.
-… ¿Light?-murmuró una voz adormilada.
Lightning se relajó al momento: no necesitaba alzar la vista para saber que
sólo Hope se dirigía a ella de aquella forma.
-Vaya, lo siento. ¿Te he despertado?
Era una pregunta retórica porque Hope
tenía el cabello revuelto, la camisa arrugada y los ojos apagados a causa del
sueño. De hecho, había apoyado una mano en la pared, sin duda para no perder el
equilibrio.
-No te preocupes. Escuché ruidos y vi
las luces encendidas, y salí a ver qué pasaba. Como no te esperaba hasta el
amanecer…
-El capitán Audren me dejó venir antes
de la hora prevista-explicó Lightning-. Y como mañana tengo el día libre, podré
descansar todo lo que quiera.
-¿Tienes el día libre mañana?-Hope
contuvo un bostezo sin mucho éxito-Qué suerte tienes. Ojalá yo pudiera decir lo
mismo…
-Deberías tomarte al menos uno por tu
cuenta-sonrió la joven, dándole una palmada en la espalda para hacerle volver a
la cama-. Eres el Director, y como te pongas enfermo, la Academia pagará las
consecuencias.
-Mmpf… -gruñó Hope, claramente
demasiado adormilado como para replicar, pero saltaba a la vista que no estaba
muy de acuerdo.
No era algo que a Lightning le
importara, porque puso los brazos en jarras y le dirigió una mirada severa,
aunque también un poco sardónica.
-Nada de quejas. Vete a dormir o
mañana no podrás rendir en el trabajo. Los niños buenos duermen ocho horas
diarias como mínimo si no quieren dormirse en clase.
-Eso es un golpe bajo, Light.
-En absoluto-replicó ella, aunque
sabía que Hope no lo decía en serio, mientras le empujaba sin brusquedad hacia
el dormitorio para no hacerle chocar con nada-. Y si no quieres que te trate
como a un niño, deja de actuar como tal y descansa lo que tienes que descansar.
Hope se limitó a suspirar, y al entrar
en la habitación, se dejó caer sobre la cama; eso sí, sin invadir el lado que
Lightning se había adjudicado. Ella cogió su ropa de dormir y entró al cuarto
de baño para cambiarse lo más rápido posible, ya que ella también estaba
agotada y lo único que quería era dormir como mínimo doce horas seguidas.
Cuando salió, se encontró con que Hope
se había quedado dormido de nuevo, sin duda nada más caer sobre la cama porque
ella no podía haber tardado más de dos minutos en cambiarse de ropa. Sonrió
para sí al tiempo que dejaba su uniforme de la Guardia sobre la cómoda y se
metía en la cama. Su amigo se había dormido tan rápido que ni siquiera se había
tapado, y en aquella época del año no era lo más ideal. Lightning sacudió la
cabeza y, procurando no despertarle, cubrió su delgado cuerpo con la manta,
antes de hacer ella lo propio y apagar la pequeña lámpara de su mesilla.
Lightning cerró los ojos, hundiendo su
rostro en la almohada. El comienzo de su vida en Academia había sido
ciertamente agotador, pero era un esfuerzo que estaba segura que daría sus
frutos tarde o temprano.
Había temido sentirse incluso más
perdida de lo que ya estaba. Echaba de menos a Serah, poder ofrecerle su
protección y sus cuidados a su hermana pequeña. Pero, visto lo visto, con Hope
no iba a faltarle alguien a quien tener a su cargo, aunque fuera de manera
diferente.
Si bien era cierto que él también
hacía lo que podía para protegerla y cuidarla. Ambos intentaban mantenerse a
salvo, quizá no de los monstruos de fuera, sino de los de dentro del corazón.
“Pero,
si somos fuertes y nos apoyamos, lograremos hacer frente a los monstruos que
nos acechan en nuestros sueños, por dura que sea la batalla.”