Aquella mañana, cuando Lightning se
despertó con las primeras luces del día y se removió un poco bajo las sábanas,
descubrió que Hope no estaba a su lado. Extrañada, pasó una mano por la
superficie del hueco de la cama: la tela estaba fría. Eso significaba que hacía
rato que no estaba durmiendo.
Lightning ya se disponía a saltar
fuera de la cama para buscar a su amigo cuando, al incorporarse, sus dedos
tocaron un pequeño pedazo de papel sobre la almohada. Reconoció la caligrafía
de Hope nada más echar un ojo a la nota.
Buenos días,
Light:
Ha surgido una
urgencia en las oficinas de la Academia y he tenido que acudir lo más pronto
posible. Parece que el trabajo llevará tiempo, así que no sé a qué hora
regresaré.
Me gustaría
poder asistir a tu investidura como soldado de la Guardia, pero me temo que no
podrá ser. Pero sé que va a ir todo bien. Confío plenamente en ello, y en ti.
Llámame si
necesitas cualquier cosa.
H. Estheim
La joven esbozó una media sonrisa.
Hope debía de haber llevado mucho cuidado para no despertarla cuando recibió la
llamada de la Academia, porque ni se había enterado de que se había ido. Aunque
él siempre había tenido una habilidad especial para la discreción.
Releyó la nota con más calma. ¿Hope
había planeado acudir a su nombramiento como soldado? ¿Por qué no se lo habría
dicho la noche anterior? ¿Sería esa la “sorpresa” que había intentado
sonsacarle después de la cena? Lightning se sentía un poco decepcionada; le
hubiera gustado que Hope la acompañara, aunque sólo fuera para darle apoyo
moral. Aun así, los ánimos de su amigo en la nota destilaban su habitual
calidez incluso en papel. Su nerviosismo, bien camuflado bajo su aparente
estoicismo, se había aplacado un poco cuando se hubo duchado y vestido y fue a
la cocina para hacerse el desayuno.
Aquel día no tenía mucho que hacer. Se
suponía que iba a acudir a la sencilla ceremonia de aceptación en la Guardia y
a recibir una instrucción básica sobre las rutinas y las tareas de los soldados
en Academia. Aun así, estaba inquieta. No era tan fácil haberse jugado la vida
como guerrera elegida por los dioses y así, de pronto, regresar a una vida
cotidiana.
Pensar en ello le hizo acordarse de
Serah. ¿Cómo les iría a ella y a Snow en sus primeros días de casados? Había
estado tan ocupada que ni siquiera se había acordado de llamarles para ver cómo
estaban ellos y Noel, a quien habían acogido en su casa y que se estaba
recuperando todavía de los efectos del Caos. Decidió que les llamaría cuando
volviera, pasara lo que pasara.
Lightning nunca había terminado de
comprender por qué Serah, teniéndola a ella, había elegido compartir su vida
con Snow. Aunque su cuñado se hubiera ganado su respeto, seguía creyendo que
juntas podrían haber continuado perfectamente su vida. Pero Hope tenía razón:
Snow hacía feliz a Serah, y para Lightning la felicidad de su hermana era
primordial.
Mientras salía del piso de Hope y se
encaminaba hacia el cuartel de la Guardia, Lightning recordaba su conversación
con Serah, después de la boda, cuando le contó su plan de establecerse en
Academia y compartir techo con el joven científico hasta poder costearse una
casa propia.
-¡Me alegro mucho por ti! Academia es
una ciudad preciosa-había exclamado Serah, si bien cierta tristeza afloró en su
rostro cuando abrazó a su hermana-. Te voy a echar de menos, pero iremos a
visitaros a Hope y a ti. ¡Y venid también a vernos!
-Por supuesto-sonrió Lightning, y su
expresión se tornó socarrona-. Sabes, si no te hubieras casado con el cabezota
de Snow, podríamos haber vivido juntas allí y no tendríamos que separarnos. No
termino de comprender qué le ves a eso de compartir tu vida con un hombre… o
peor aún, dos.-añadió burlona, señalando con la cabeza a Noel, que observaba la
fiesta con aire melancólico.
Pero Serah, en lugar de enfadarse por
la clara insinuación de su hermana mayor, se había limitado a devolverle
idéntica sonrisa socarrona.
-No tardarás mucho en
comprenderlo.-fue su enigmática respuesta.
Lightning no consiguió que Serah le
explicara lo que había querido decir. Su hermana era una experta guardando
secretos. Pero aquél no era uno que le quitara el sueño, así que lo olvidó
pronto.
En cambio, seguía preguntándose si
realmente acudir al nombramiento había sido el secreto que Hope le había
mencionado el día anterior. Es más, incluso se planteó que su amigo se hubiera
ido antes a propósito para que no pudiera seguir interrogándole.
Secretos por todas partes. A Lightning
no le gustaba no saber qué le esperaba. ¿Por qué la gente les tendría tanto
cariño?
* * *
Hope estaba acostumbrado a acudir inmediatamente
a las oficinas de la Academia en cuanto le requería algún asunto urgente, y
hasta la fecha no le había importado sacrificar sus horas de sueño por su
trabajo. Al fin y al cabo, había estado convencido de que la recompensa por sus
esfuerzos los compensaría sobradamente.
El problema era que su objetivo ya lo
había alcanzado y, sin embargo, tenía que seguir pasando horas y horas
trabajando sin descanso en la Academia. Sabía que era su deber, pero le
fastidiaba mucho que le echaran por tierra los planes que tenía para aquel día.
En eso estaba pensando cuando, de
pronto, se percató de que el académico que tenía delante le miraba con fijeza,
como si aguardara su opinión. Aquello le hizo aterrizar bruscamente de su
mundo.
-Disculpa, estaba pensando… -se excusó
atropelladamente; pese a todos los años que llevaba siendo un importante
miembro de la institución, aún le costaba recobrar la compostura cuando la
perdía-¿Qué me decías?
-Le estaba comentando que para
terminar con esto hoy necesitaríamos una dosis extra de magia de Rayo, y que,
aunque sea arriesgado por el peligro de sobrecarga, podríamos requerir un
hechizo Magno Electro de los suyos-dijo el hombre, y le observó con cierta
preocupación-. ¿Se encuentra bien, Director? Le noto distraído.
-No es nada-suspiró Hope ordenando los
papeles que tenía escampados por la mesa de la sala de investigaciones, donde
los científicos de la Academia se reunían para debatir teorías y proyectos-.
Creo que tengo demasiadas cosas en la cabeza, nada más.
-Sí, la verdad es que ha pasado mucho
en muy poco tiempo. Comparado con lo que ha pasado en quinientos años,
claro-observó el otro científico-. Bueno, Director, ¿qué opina? Personalmente,
coincido en que el Doctor tiene razón: deberíamos esperar un poco más antes de precipitarnos
y que algo salga mal.
Hope frunció el ceño al tiempo que
buscaba sus apuntes en una carpeta. Habían pasado casi tres horas reunidos con
la máxima autoridad de la Academia, el Doctor Oscar Lamont, que había estado a
cargo de la institución cuando el joven despertó de nuevo de su segunda estadía
en su cámara del tiempo en el año 500 d. H., apenas días antes de la caída del
Nido. Como todos, los siglos en Nova Chrysalia no habían hecho mella física en
él, así que había retomado el cargo cuando todo regresó a la normalidad.
Si bien en la Academia del año 400 d.
H. los científicos y el líder de la institución de la época habían recibido a
Hope con los brazos abiertos tras despertar de su sueño, no parecía ser el caso
del Doctor Lamont. En su día, Hope había rechazado la posición de Doctor como
dirigente absoluto de la Academia, limitándose a ejercer como asesor de alta
posición, pero resultaba obvia la diferencia de popularidad entre el joven
Estheim y el líder oficial de la Academia. Y eso no le hacía ninguna gracia al
Doctor Lamont, que, en el poco tiempo que Hope había tratado con él, le había
puesto todas las trabas posibles a sus propuestas.
“Pero
esto no me lo va a arruinar”, pensó Hope con decisión. “Ya que no he podido cumplir una parte, al menos
la tengo que compensar con otra.”
-Yo no digo que la opinión del Doctor
Lamont sobre usted sea correcta-prosiguió el otro científico, inseguro-, pero
debe reconocer, Director, que sus ideas a veces resultan… peculiares.
Hope enarcó brevemente las cejas. No
era ningún secreto que el Doctor Lamont consideraba poco menos que un fósil al
joven Director. Él sabía perfectamente que se hallaba en una época que no le
correspondía, y como tal, había relegado su mando en las personas que habían
vivido en aquel mundo futuro, acostumbradas a los grandes avances de la
ciencia; si había escogido el puesto de asesor había sido para poder aportar
detalles de la tecnología y el mundo pasado que pudieran haberse perdido a lo
largo de los siglos. Pero eso no había detenido al Doctor Lamont al decir en
una reunión que las ideas de Hope eran “anticuadas e infantiles”.
Tampoco era la primera vez que la
juventud de Hope ponía en entredicho su juicio. En sus dos primeros años como
Director, raro era el día que le cuestionaban menos de diez veces.
-Quedarnos de brazos cruzados mientras
la ciudad necesita esto urgentemente no va a ayudar mucho-replicó el joven
científico, sacando el documento que necesitaba de la carpeta-. Podemos
posponerlo una semana entera más y seguiríamos sin haber avanzado lo más
mínimo. El Doctor sabe que no me gusta mezclar magia y tecnología a menos que
sea estrictamente necesario, pero con los medios de los que disponemos, sólo
los hechizos Electro aportarían la energía que precisamos.
Aquello era cierto, en parte. Defensor
a ultranza del ideal de que los humanos no debían depender de nadie, Hope había
evitado usar la magia en su vida, pese a su prodigiosa habilidad como mago.
Durante años había creído que la magia provenía de los dioses y los fal’Cie, con
lo que la había limitado a tareas mundanas como activar los Auspiciadores.
Pero, a lo largo de los siglos, en especial en Nova Chrysalia, había
descubierto que la magia no era otra cosa que el efecto de la cristalización de
las fuerzas de la naturaleza. Dado que las partículas de cristal que flotaban
en el aire tras el Hundimiento del Nido eran mucho más densas, la gente había
empezado a poder usarla sin ser lu’Cie. Hecho este descubrimiento, los
prejuicios de Hope en contra de la magia habían ido mermando con el paso de los
años: ahora, su ideal era el de un mundo que pudiera conjugar magia y
tecnología a partes iguales, usando tanto los dones de la naturaleza como los
de la mente humana.
El académico frunció el ceño. No
parecía muy convencido, pero tampoco discutió el argumento de Hope. De todas
formas, la última palabra la tenía el Doctor Lamont.
-Lo cierto es que la Academia ha
estado un poco perdida hasta que usted regresó, Director-comentó al cabo de
unos minutos en los que Hope releyó y corrigió el documento que había sacado-.
¿Cómo es que no volvió antes a la ciudad?
-Asistí a la boda de una amiga en
Nueva Bodhum.-explicó Hope sin levantar la vista de su trabajo. Aunque no fuera
una causa de mucho peso para cualquier otra persona, para él sí lo era: jamás
había concebido la idea de no asistir a la boda de Serah y Snow. Se preguntó cómo
les iría, y se dijo que tenía que recordarle a Lightning que les llamara, si no
lo había hecho ya.
Miró el reloj que pendía de una de las
paredes. Ya era casi mediodía: a aquella hora ya estaría teniendo lugar la
ceremonia de investidura de Lightning como nueva soldado de la Guardia de
Academia. Frunció el ceño, maldiciendo para sus adentros el don de la
oportunidad de las reuniones de la Academia; le hubiera encantado poder
asistir, acompañar a su amiga en aquel momento tan especial. Hubiera sido
perfecto entregarle entonces la sorpresa que tenía guardada para ella.
“Lo
compensaré cueste lo que cueste”, pensó Hope recordando la
conversación que había tenido con Lightning al llegar a la ciudad. “Ni siquiera el Doctor Lamont va a echarle a
perder a Light un día que merece disfrutar.”
* * *
Aquella tarde, Lightning llegó al piso
de Hope con una media sonrisa dibujada en sus labios, feliz al poder vestir una
vez más el uniforme de la Guardia. Además, no era el uniforme que llevaban las
demás mujeres, sino el que siglos atrás habían llevado los Vigilantes de
Bodhum; por lo visto, nadie concebía que la soldado Lightning Farron llevara
otro atuendo distinto como miembro de la Guardia. Ella había otorgado un honor
especial a aquel traje que en otro tiempo había sido considerado peculiar entre
la Guardia del Nido.
Su nuevo uniforme era exactamente
igual que el que ella había vestido hacía tanto tiempo, salvo por un par de
detalles que la hacían sentirse un poco decepcionada: su capa roja y su antiguo
sablepistola, un modelo conocido como Hoja Candente.
Entendía por qué aquellos elementos no
habían sido incluidos en aquel uniforme. La capa roja había sido un complemento
que ella misma había decidido añadir: tenía dieciséis años cuando entró en la
Guardia y una capa como aquélla la había hecho sentirse fuerte y poderosa, como
una heroína capaz de proteger a Serah de todo y de todos; ahora la idea
resultaba infantil, pero aun así Lightning le tenía un cariño especial a
aquella capa. Respecto al sablepistola, el capitán Audren le había dicho que la
Hoja Candente era un modelo muy arcaico que había dejado de ser fabricado
siglos atrás, una noticia que la joven había recibido como un golpe, pues aquella
arma sólo se entregaba a aquellos soldados especialmente talentosos. Pero,
claro, aquellos tiempos eran ya sólo leyendas para los habitantes del Gran
Paals.
La investidura había sido sencilla y
formal. No había muchos soldados en el cuartel y por suerte para Lightning no
había asistido mucha gente. El capitán Audren le había entregado su diploma y
su uniforme, además de la placa del hombro derecho adornada con dos luminosas
líneas amarillas que la señalaban como sargento de la Guardia. Según el capitán,
no había motivo para no concederle de nuevo un rango que ella ya tenía, a pesar
de haber renunciado antes de unirse voluntariamente a la Purga.
Cuando entró en el piso, Lightning vio
que las luces estaban apagadas. Aquello significaba que Hope aún no había
regresado, y arrugó brevemente el entrecejo. Cada vez tenía más claro que el
trabajo en la Academia no era precisamente muy llevadero.
Mientras encendía las suaves luces del
piso y se sentaba en el sofá, cansada, volvió a darle vueltas al misterioso secreto
de Hope. Si había sido acudir con ella a su investidura, desde luego no había
podido salirle peor. Ella lo conocía bien y sabía que detestaba no cumplir con
su palabra. Sin duda, se estaría disculpando semanas una vez llegara a casa.
Exhalando un suspiro, Lightning sacó
el pequeño teléfono móvil que Hope le había dado y marcó el número de Serah y
Snow. Además de poder hablar con su hermana, podría contarle las últimas
novedades y sus recientes experiencias en Academia.
Fue Serah quien contestó, lo cual le
ahorró a la joven tener que aguantar los chistes de Snow antes de que le pasara
con su hermana. La alegría de Serah fue palpable cuando Lightning le contó que
había entrado de nuevo en la Guardia, y la felicitó efusivamente. Luego le
contó cómo estaban ella, Snow y Noel; según Serah, Noel estaba evolucionando
favorablemente, y pasaba tiempo cazando para distraerse y dejarles tiempo a
solas a ella y a Snow.
Estaban un rato charlando cuando
Lightning oyó abrirse la puerta del piso. Se enderezó, alerta, pero a los pocos
segundos fue Hope quien salió del pasillo, con aspecto cansado, pero cuando la
vio le dirigió una sonrisa que se acentuó cuando se fijó en su atuendo de
soldado. No necesitó preguntar con quién hablaba; habría que ser burro para no
saber que la primera persona en la lista de prioridades de Lightning era su
hermana Serah.
-¿Qué pasa, Lightning?-preguntó Serah
al otro lado del teléfono.
-No te preocupes, es Hope, que acaba
de llegar.
-¡Oh!, entiendo. Pues salúdale de mi
parte.
Lightning le dirigió una breve mirada
a Hope, que se había sentado a su lado, sin duda interesado por las novedades
que Serah le contaba a su hermana, y esbozó una sonrisa.
-Díselo tú misma.-dijo, y le acercó el
teléfono a Hope. Él la miró sorprendido, sin atreverse a coger el teléfono,
pero Lightning prácticamente se lo puso en las narices para evitar otra de las
crisis de inseguridad de su amigo.
-¡Hola, Hope!-saludó Serah al oír la
respiración del joven a través del teléfono. Sin más remedio, Hope cogió el
teléfono de manos de Lightning.
-Hola, Serah. Perdona, no pretendía
interrumpiros…
-No pasa nada, ya habíamos hablado un
rato. ¿Cómo estás? ¿Mucho trabajo?
-Sí-respondió Hope; a su lado,
Lightning intentaba escuchar a su hermana acercando la oreja al teléfono-. Pero
con eso ya contaba, y de todas formas, es algo que hay que hacer. ¿Y vosotros,
cómo estáis?
-Oh, ¡bien, estamos bien! Snow decía
que a ver cuándo os animáis a venir a vernos. Y Noel está mejor, creo que el
aire de mar le sienta bien. Pasa mucho tiempo al aire libre, cazando, y también
dice que estaría bien que nos visitarais.
-Bueno, Light puede ir cuando
quiera-Hope dejó escapar una risa un poco incómoda-, pero yo lo tengo un poco
difícil ahora. Me sabe fatal, pero tal y como están las cosas, hasta que no
hayamos solucionado los problemas más importantes…
-No te preocupes-dijo Serah-, venid
cuando podáis. Pero venid los dos, ¿vale? ¡Y no os olvidéis de llamarnos de vez
en cuando!
-Claro que no.-intervino Lightning
sonriente, que había estado escuchando la conversación.
Conversaron un par de minutos más,
hasta que al fin Serah dijo que tenía que hacer la cena para Snow y Noel, que
habían ido a cazar juntos, y colgaron. Lightning observó el teléfono con una
expresión nostálgica en sus ojos azules.
-Me cuesta creer que haya
vuelto.-murmuró, su mirada perdida pero feliz. Hope la observó, pensando para
sus adentros que no era la única que se maravillaba de que una de las hermanas
Farron hubiera regresado de un fatídico destino.
-La echas de menos, ¿verdad?-preguntó
en voz baja el joven al cabo de un minuto.
-Claro que la echo de menos. Pero debo
aceptar que Serah ha seguido su propio camino y ya no necesita que yo la
proteja. Y, sabes, creo que es mejor así. Hay que dar alas a quien no sabe
volar, y Serah ya ha alzado el vuelo.
Hope esbozó una tímida media sonrisa,
pero no dijo nada.
-Tú también has alzado el vuelo-le
dijo Lightning sonriendo a su vez, adivinando lo que su amigo estaba pensando-.
Ahora ya no necesitas mi protección.
-No me importa que la mantengas, yo no
soy tan fuerte como tú o como Serah. Y aun así, no voy a olvidar mi promesa, ya
te lo dije una vez.-repuso Hope tímidamente, y desvió la mirada intentando
ocultar su rubor. Afortunadamente, Lightning no se dio cuenta.
-No hay manera de quitártela de la
cabeza, ¿eh? La verdad es que yo tampoco tenía pensado olvidarla. Sólo decía
que al menos ahora ya puedes defenderte por ti mismo. Y me alegro que al menos
pudiera enseñarte eso.-la joven le revolvió afablemente el cabello plateado a
su amigo, como había hecho tiempo atrás en su viaje como lu’Cie.
-Eso me recuerda… -Hope levantó la
cabeza y sus ojos recorrieron el uniforme de Lightning-Aún no te he felicitado
por tu nombramiento. Y eso que te han hecho sargento otra vez…
-No pasa nada, Serah era más importante.
-Pero te falta la capa-observó el
joven científico-. Y tampoco tienes ningún arma. ¿No te las han dado?
Lightning hizo un gesto brusco que
podía entenderse tanto como de resignación como de fastidio.
-Tal y como están las cosas, supongo
que no puedo pedir más. Tendré que acostumbrarme a las armas “modernas” de la
Guardia. Pero las he probado y son un auténtico lío, no sé cómo pueden usarlas
con tanta soltura.
Hope rió entre dientes. Lightning
sabía que no se estaba riendo de ella, pero eso sólo le hizo preguntarse a qué
venía su risa. Le lanzó una mirada inquisitiva, pero él no se la devolvió.
Cuando la joven siguió su mirada,
descubrió que contemplaba pensativo un fardo de tela roja que tenía entre los
brazos y que le había pasado desapercibido por completo hasta aquel momento.
Antes de que pudiera preguntar, Hope alzó la cabeza y sonrió.
-Bueno, entonces supongo que no te
vendrá mal un regalo-le dijo tendiéndole aquella tela arrugada-. Perdona que no
lo haya envuelto como es debido, no es fácil hacerlo en estos momentos, pero…
en fin, lo prometido es deuda.
-¿Ésta es tu sorpresa? ¿Un
regalo?-Lightning, sorprendida, cogió la tela; pesaba mucho para ser solamente
tela-Creía que tu sorpresa era acompañarme a la ceremonia…
-Me hubiera encantado poder dártelo
allí, pero me temo que me ha salido mal el plan completo-explicó Hope con gesto
de disculpa-. He tenido que improvisar un poco.
Lightning optó por no preguntar más y
apartó la tela roja, llena de curiosidad por conocer de una vez el secreto que
Hope le había estado ocultando un día entero. De pronto, sus dedos tocaron una
superficie metálica, y su corazón se aceleró, expectante.
Cuando retiró la tela por completo, un
brillante y afilado sablepistola relució en su regazo. Era una Hoja Candente,
idéntica a la que ella había blandido siglos atrás, durante su periplo como
lu’Cie. Era exactamente igual a su vieja arma, hasta tal punto que distinguió
aquella frase grabada expresamente para ella en los arcaicos caracteres del
alfabeto de Paals: “Invoca mi nombre, soy el rayo.”
-Cómo… -Lightning se había quedado sin
palabras-¿De dónde has sacado…? El capitán Audren me dijo que ya no fabricaban
este modelo de sablepistola…
-Sí, lo sé. Por eso lo hice yo-reveló
Hope con timidez; Lightning le miró, incrédula-. ¿No te acuerdas que una vez tu
Hoja Candente se rompió cuando viajábamos juntos? Yo la reconstruí. Y aproveché
para averiguar cómo funcionaba y de qué piezas constaba.
Aquello tenía sentido. Lightning sabía
que a Hope le había llamado poderosamente la atención su sablepistola. Había
querido que le enseñara a usarlo, pero ella se había negado porque era un arma
demasiado pesada para alguien con la constitución física de su amigo, que era
del tipo que tenía mucho más cerebro que músculos.
Aunque era un poco peligroso manejar
un arma dentro del piso de Hope, Lightning quería probarla. Se levantó y con un
simple movimiento de la muñeca pasó el sablepistola a su posición de pistola.
Había sido una transformación fluida y perfecta, muestra de la extraordinaria habilidad
de Hope para la mecánica.
-Gracias, Hope. No tenías por qué
regalarme nada, pero… gracias de todas formas.-dijo Lightning después de haber
puesto a prueba la ligereza de su nueva Hoja Candente en su modo espada. Él simplemente
sonrió, y cogió la tela roja con la que había envuelto el arma.
-No hay de qué. Pero antes de que me
lo agradezcas antes de tiempo, creo que a tu uniforme le falta algo.-y, con una
sonrisa divertida, le tendió a su amiga la tela. Ella tardó un instante en
comprender a qué se refería, y cuando lo hizo se quedó aún más sorprendida.
-¿Mi capa?-preguntó para asegurarse, a
lo que Hope asintió-¿Cómo sabías que no iban a devolvérmela?
-Estaba al tanto de que la Guardia de
esta era no había tenido en cuenta ese detalle a la hora de confeccionar el
uniforme de su heroína-explicó él mientras Lightning cogía la capa y se la
enganchaba al broche que dejaba la placa de su hombro-. A mí me gustaba esa
capa, así que pensé que podría regalártela yo. No soy muy bueno cosiendo, pero…
No pudo decir más porque en aquel
momento Lightning le abrazó por sorpresa. Aunque Hope ahora era más alto que
ella, su reacción le había pillado tan desprevenido como aquella vez en
Palumpolum, cuando era un chiquillo que entre sus altos y fuertes compañeros
lu’Cie parecía perdido e indefenso.
-Calla, Hope-murmuró la joven sin
disimular un cierto tono de burla en su voz-. A veces das demasiadas
explicaciones.
Él puso los ojos en blanco; no era la
primera vez que Lightning hacía notar aquello, sobre todo desde que supo que se
había convertido en un científico. Según ella, había cogido la mala costumbre
de buscarle una explicación a todo y a todos.
El reloj que pendía de una de las
paredes señalaba que faltaba poco más de un minuto para las ocho de la tarde.
Sonriendo, Hope se separó de Lightning con suavidad y se acercó a la amplia
ventana del salón.
-Bueno… Como ya te he dicho, no he
podido asistir a tu investidura y darte esos regalos en ese momento, por una
urgencia en la Academia. Pero quizá esto te guste-dijo el joven, y le hizo un
gesto a Lightning para que se acercara-. Ven, mira.
Ella, intrigada, lo hizo. Desde allí
se apreciaba la Gran Avenida de Academia tenuemente iluminada por la luz de la
luna, silenciosa y fría como la ciudad que aún se estaba recuperando del
cataclismo que había acontecido sobre el mundo.
Durante un largo minuto observaron en
silencio aquel oscuro paisaje. Y entonces, cuando Lightning estaba a punto de
preguntar qué se supone que debía ver, el reloj marcó las ocho en punto.
Y en ese instante, una intensa y
radiante luz que nada tenía que ver con la luna iluminó de pronto no sólo la
Gran Avenida, sino toda la ciudad de Academia. Tras la primera impresión, que
casi logró deslumbrar a Lightning, se percató de que no era una simple luz,
sino cientos, miles de luces de todos los colores que formaban hologramas,
imágenes, cintas transportadoras… Había luz por doquier, allá donde mirara:
Academia se había convertido en una réplica del cielo nocturno, repleto de
brillantes estrellas.
La joven no pudo evitar dejar escapar
un grito ahogado de sorpresa, maravillada. Nunca, en todo el tiempo que había
vivido, habría imaginado jamás ver una ciudad tan espectacular, tan tecnológica
pero a la vez tan llena de magia. No sabría definir Academia tal y como la estaba
viendo. Al llegar le había parecido impresionante, pero en aquel momento… Le
parecía que “hermosa” era un apelativo que se quedaba corto.
-Habéis… reactivado el sistema
eléctrico… -musitó Lightning cuando recuperó el habla.
Giró la cabeza hacia Hope, que no
respondió. Tenía la mirada clavada en aquella vista nocturna de Academia, y a
Lightning le pareció que sus claros ojos brillaban más de lo usual. Para él
debía de ser todavía más especial aquel paisaje, sobre todo porque la ciudad
había sido una de sus obras maestras. Quizá la única que le quedaba, desde la
caída del Nuevo Nido.
-Gracias, Hope.-dijo Lightning con
sencillez.
Hope esbozó una media sonrisa
nostálgica. Los cristales de sus gafas brillaban a la luz que había iluminado
Academia en medio de la noche.
-No me debes nada-replicó suavemente-.
Tú limpiaste mi casa. Yo sólo te devuelvo el favor. Ahora ya estamos en paz.
-Venga ya-Lightning le lanzó una
mirada exasperada-. No me digas que lo has hecho sólo por eso. Te dije que lo
hice porque yo quería. No te pedí que me devolvieras el favor.
-Teníamos que reactivar el sistema
igualmente, así que no es exactamente lo mismo… Pero, ya que no he podido
acompañarte, pensé que te gustaría ver Academia tal y como era antes en un día
como hoy-pese a que la sonrisa de Hope denotaba cansancio, era sincera-. Ha
costado varios hechizos Magno Electro, pero ha merecido la pena.
-¿Has usado tu propia magia para
esto?-Lightning comprendió por qué su amigo estaba agotado-No tienes remedio.
Algún día conseguirás matarte de verdad.
-Ríñeme cuanto quieras. A mí me basta
con saber que te he alegrado un poco el día.-repuso él, divertido. Lightning
sacudió la cabeza, pero en el fondo prefería dejar de lado las regañinas; su
amigo tenía razón, había hecho todavía más especial aquel día para ella.
-Deberías descansar-observó la joven
al cabo de unos momentos-. Has hecho un esfuerzo considerable para activar la
electricidad otra vez.
-No te preocupes, no voy a morir
todavía. Y no pretenderás que tu retorno a la Guardia pase sin una cena
decente-sonrió Hope, y antes de que Lightning pudiera detenerle, se dirigió
hacia la cocina-. Aunque no me vendría mal que me ayudaras un poco.-añadió
adelantándose a las protestas de su amiga, que ya había abierto la boca.
Lightning suspiró, resignada, pero no
tardó en devolverle la sonrisa y seguirle hasta la cocina, donde él ya estaba
sacando los cacharros necesarios de los armarios.
-Si no fuera porque sé que eres atento
con todo el mundo, Hope, me preguntaría por qué te complicas tanto la vida de
esta forma conmigo.-observó la joven soldado, divertida.
Hope se limitó a reír suavemente por
lo bajo, pero no respondió a la pregunta.
“A
veces me pregunto cómo puede ser que para ti la respuesta siga siendo un
secreto.”