lunes, 18 de febrero de 2013

[OS] Diente de león



Un mundo consumido por el Caos.

Abocado a la obliteración en apenas un mes.

Pero ¿acaso podía el tiempo seguir fluyendo tras haber sido destruido?

El joven Hope Estheim llevaba casi cinco siglos intentando desvelar aquel misterio, pero sin gran éxito. Quizá, simplemente, algunas cosas no tenían por qué entenderlas los mortales…

Como todas las tardes, Hope había salido a contemplar la puesta de sol desde uno de los altos y escarpados riscos de las Tierras del Santuario, la isla más alejada y desolada de las cuatro que conformaban el frágil mundo de Nova Chrysalia.

Llevaba haciéndolo desde que se había establecido en aquel asolado lugar, siglos atrás. Algo tenía la puesta de sol que calmaba aquella dolorosa soledad que desde hacía tanto tiempo le devoraba el corazón.

Pese a que él mismo había escogido aquella soledad, de alguna forma también le había sido impuesta por los dioses, en muchos sentidos.

Aquel pensamiento le hizo entornar sus claros ojos, del color verde del agua de mar, al observar la enorme silueta recortada del ya ruinoso Santuario de la diosa Etro. Tras él, enorme, majestuoso, flotaba el Nuevo Nido, rodeado por sus anillos y bautizado en honor al dios Bhunivelze, adorado por las gentes de aquel mundo al borde de la destrucción.

Hope no pudo evitar esbozar una amarga media sonrisa. Él había sido el artífice de aquella gigantesca estructura flotante, diseñada para proteger a toda la humanidad de una catástrofe tal como la caída del viejo Nido. Y, sin embargo, allí estaba, aislado de todo y de todos, perseguido por ser conocedor de la aterradora verdad tras el hecho de que no hubiera muertes ni nacimientos naturales.

La fe en los dioses había vuelto a imponerse a la esperanza en la humanidad.

Hasta cierto punto, había asumido la soledad. Las Tierras del Santuario no eran el mejor lugar para vivir; si estaban conectadas por el monorraíl a las demás islas de Nova Chrysalia era casi por casualidad. Hope había tenido que aprender a arreglárselas para cazar, y no era cosa fácil tratándose de aquellos monstruos tan salvajes, pero gracias a ello había vuelto a poner a punto su magia.

Pero aquella soledad jamás le había abandonado del todo.

Podría haber escogido cualquier otro sitio mejor para esconderse de las garras de la Orden de Luxerion. Incluso las Dunas de la Muerte hubieran resultado más acogedoras que aquel peñasco rocoso y agreste.

Sin embargo, la simple contemplación del Santuario de Etro a la puesta de sol, enmarcado por el Nuevo Nido, tenía la virtud de aliviar aquella ardorosa sensación de absoluta soledad.

No tenía mucho que ver con la imagen del edificio. Era más bien por lo que aquel edificio albergaba en su interior.

Hope recordaba con perfecta claridad la primera vez que había reunido el valor para adentrarse en el Santuario de Etro, hacía quinientos años, en busca de alguna pista sobre aquello que llevaba tanto tiempo ansiando encontrar.

Y lo encontró.

El joven nunca olvidaría lo que sintió al ver aquella figura cristalizada, sentada en el enorme trono de alabastro suspendido sobre el vacío. Recordaba haber caído de rodillas al enlosado suelo de mármol, sus hombros hundidos, su cuerpo tembloroso, las silenciosas lágrimas escapando de sus ojos y rodando por sus mejillas, su corazón partiéndose en mil pedazos.

Viviendo en mundos separados, buscándola durante tantísimos años, y cuando por fin podía volver a verla, la había encontrado convertida en estatua de cristal.

Después de aquello, Hope había regresado a la isla donde tiempo más tarde se erigiría la capital de Nova Chrysalia, la gran ciudad de Luxerion. Allí había permanecido casi cien años, hasta que tuvo que exiliarse por salvar su vida a causa de sus estudios y, con ellos, la razón por la cual nadie nacía ni moría en aquel mundo.

Desde su exilio, Hope había visitado en numerosas ocasiones el trono de la diosa y la joven cristalizada sentada en él. Al principio lo hacía todos los días, pero con el tiempo había ido espaciando sus visitas, en parte porque sus investigaciones le mantenían ocupado, y también porque era muy duro para él estar tan próximo a ella y no poder siquiera tocarla.

Con el tiempo no sólo subía a verla. También mantenía medianamente limpia la Cámara del Trono y realizaba estudios al respecto de aquel lugar, originalmente ubicado en las Tierras Etéreas, el reino de la muerte. Con el tiempo, se convirtió en el guardián de aquel lugar olvidado.

Pero, siempre que Hope visitaba aquella estancia, se arrodillaba en el suelo, sus ojos color verde agua sin abandonar el bello rostro de su compañera, su maestra, su amiga, hasta que agachaba la cabeza con respeto y sus labios susurraban siempre las mismas palabras.

El mismo deseo, repetido una y otra vez, décadas tras décadas.

Despierta… Por favor, despierta.

Pero los dioses aún no habían respondido a sus plegarias.

Como científico que era, Hope no se fiaba mucho de los dioses. Tampoco los despreciaba. Simplemente opinaba que los mortales y ellos llevaban vidas independientes.

Sin embargo, seguía rogando interiormente por el regreso de su amiga. Si algo tenía claro era que, si había alguien que pudiera escucharle, no lo haría si no le preguntaba.

Y así, los días se sucedían.

Y con ellos, se acercaba el fin del mundo.

Hope se apoyó en la pequeña balaustrada que había construido en aquel risco hacía años, observando con melancolía la puesta de sol. Él había sido un lu’Cie y había afrontado un destino incluso peor que la muerte, así que la perspectiva del fin del mundo no le preocupaba tanto como al resto de la gente de Nova Chrysalia.

Lo que más lamentaría sería morir sin haber podido hablar por última vez con la mujer por la que había luchado durante siglos.

Aun así, no perdía la esperanza. Y gracias a esa luz podía seguir adelante.

Algo relució a la dorada luz del sol. Multitud de destellos empezaron a flotar frente a los ojos del joven y le hicieron salir de su apático ensimismamiento.

No era la primera vez que contemplaba aquel espectáculo, pero seguía fascinándole tanto como el primer día.

Dientes de león.

Aquellas delicadas flores eran transportadas hasta allí por el viento cuando una tempestad sacudía las boscosas Tierras Silvestres. Las corrientes circulaban de tal forma que aquellos grandes dientes de león siempre llegaban al Santuario de Etro y atravesaban la Cámara del Trono.

Hope lo sabía porque en una ocasión le había sorprendido aquel aluvión de dientes de león en una de sus visitas al Santuario. El brillo plateado y dorado de sus finos pétalos inundó la estancia mientras las flores la cruzaban hacia el Nuevo Nido, arrastradas por la brisa, rodeando a la joven cristalizada en el trono.

No sucedía muy a menudo, pero cuando los dientes de león atravesaban la puesta de sol, Hope sentía una extraña pero reconfortante calidez en su corazón. Le recordaba un momento inolvidable durante su periplo como lu’Cie, en la hondonada próxima al Lago Sulyya, donde había visto aquellos enormes dientes de león flotar por doquier junto a su amiga y mentora.

Lightning Farron.

Aquel nombre estaba presente en todos sus deseos. Cuando veía los dientes de león, en su mente aparecía con diáfana claridad.

Según las historias que le había contado Vanille, otra de sus compañeras lu’Cie, los dientes de león del Gran Paals llevaban los deseos a los dioses si atrapabas uno y se lo pedías. Cuando los dioses los recibían, juzgaban si el corazón que había pedido el deseo era puro y sincero, y dependiendo de ello se lo concedían o no en un plazo de trece días.

En otro tiempo, Hope no habría confiado sus deseos a los dioses, sino que hubiera trabajado para conseguir sus objetivos por sí mismo. Pero era consciente de que no estaba en su mano traer a su amiga de vuelta.

Por eso, cuando veía pasar los dientes de león, les confiaba en silencio su deseo.

Pero aquella tarde algo cambió.

Hope estaba apoyado en la balaustrada contemplando el suave vaivén de los dientes de león que se dirigían al Santuario de Etro, su mirada siempre nostálgica y cargada de añoranza, cuando de pronto sintió unas extrañas cosquillas en la mejilla que le hicieron aterrizar de su mundo de ensoñaciones.

Giró la cabeza con cautela, pues hacía literalmente siglos que nada tocaba su piel de aquella forma tan directa y, en cierto modo, tan íntima.

Lo que vio fue un diente de león excepcionalmente grande, que en su vuelo se había acercado demasiado a él y se había quedado atascado en su hombro, su corola se había enredado con el cabello plateado del joven científico. La brisa lo agitaba y rozaba su rostro en una dulce caricia.

Hope esbozó una agridulce media sonrisa al tiempo que tomaba entre sus manos el diente de león con delicadeza para que no se rompiera. Sabía que era una tontería, pero agradecía en cierta manera aquel contacto con la flor. Sintió un escalofrío involuntario cuando ésta rozó su muñeca izquierda, cubierta todavía con una vieja muñequera de tela amarilla.

Lo observó a la luz del ocaso. Sus filamentos plateados destellaban especialmente bajo los rayos dorados, mucho más que los demás dientes de león. Su tacto era suave y curiosamente cálido.

Pero algo lo diferenciaba radicalmente de las demás flores que cruzaban las Tierras del Santuario aquella tarde.

Entre aquella enmarañada red de argénteos filamentos había atrapados decenas de pétalos de rosa de un tono rosa fuerte que él recordaba muy bien.

Hope no daba crédito a sus ojos. En cinco siglos que llevaba viajando e investigando Nova Chrysalia jamás había vuelto a encontrar una sola rosa, y mucho menos de aquel color tan especial. Sus dedos rozaron con timidez uno de aquellos pétalos; eran reales, y definitivamente pertenecían a una rosa, no cabía duda.

Los pétalos de la flor que siempre acompañaba el recuerdo de Lightning Farron.

El joven se encontró a sí mismo temblando como la primera vez que vio la figura cristalizada de su amiga. Para él, ver una rosa y verla a ella eran prácticamente la misma cosa. Había aprendido a amar aquella flor igual que la amaba a ella.

Y aquel diente de león se la había llevado directamente a él.

Una señal.

Alzó la cabeza y contempló pensativo el Santuario de Etro con el diente de león en las manos. Cuanto más lo pensaba, más seguro estaba de que aquello no podía ser una casualidad. Él era científico y no creía en las casualidades.

Pero en aquel instante las causas no le importaban lo más mínimo.

Sin poder evitarlo, Hope dejó escapar una suave risa teñida de la más pura, sincera, absoluta felicidad. La sentía mucho más cerca a él de lo que la había sentido en más de mil años, en los cuales había oído su voz una única vez.

Sus palabras nunca habían abandonado ni la memoria ni el corazón del joven.

Vas por el buen camino, Hope.

Y, a exactamente veintiséis días para el fin del mundo, recibía de nuevo un inesperado mensaje de su amiga.

Esbozando una dulce sonrisa, Hope se inclinó hacia el diente de león que sostenían sus manos hasta que sus labios rozaron su suave superficie. Dedicó un largo momento a saborear aquella extraña sensación, hasta que, por primera vez, el joven le susurró su deseo al diente de león.

-Despierta, Light. Por favor. Te estaré esperando hasta el final de los tiempos.

Una única lágrima destelló un instante a la luz del ocaso y se perdió entre los brillantes pétalos del diente de león.

Formulando una vez más su deseo en su mente y en su corazón, Hope alzó las manos hasta la altura de su rostro y sopló con fuerza pero con delicadeza el diente de león, que echó a volar grácilmente y se unió al resto de flores que flotaban lentamente hacia el Santuario de Etro, desde donde se alzarían hasta Bhunivelze, el Nuevo Nido, tras visitar a la joven cristalizada que dormía en el trono de la caída Diosa de la Muerte.

Hope siguió al diente de león con la mirada hasta que el tono rosado de los pétalos de rosa que llevaba consigo se perdió en la lejanía. Pero sus ojos no abandonaron la silueta del Santuario de Etro y el Nuevo Nido recortados contra la puesta de sol.

Una vez más, la leyenda que Vanille le había contado regresó a su memoria.

Trece días.

Esbozó una suave media sonrisa llena de esperanza, su corazón tan repentinamente cálido como el de un fénix recién renacido de sus cenizas.

Tan sólo quedaba esperar la respuesta de los dioses.

jueves, 14 de febrero de 2013

V. Secreto


Aquella mañana, cuando Lightning se despertó con las primeras luces del día y se removió un poco bajo las sábanas, descubrió que Hope no estaba a su lado. Extrañada, pasó una mano por la superficie del hueco de la cama: la tela estaba fría. Eso significaba que hacía rato que no estaba durmiendo.
Lightning ya se disponía a saltar fuera de la cama para buscar a su amigo cuando, al incorporarse, sus dedos tocaron un pequeño pedazo de papel sobre la almohada. Reconoció la caligrafía de Hope nada más echar un ojo a la nota.
Buenos días, Light:
Ha surgido una urgencia en las oficinas de la Academia y he tenido que acudir lo más pronto posible. Parece que el trabajo llevará tiempo, así que no sé a qué hora regresaré.
Me gustaría poder asistir a tu investidura como soldado de la Guardia, pero me temo que no podrá ser. Pero sé que va a ir todo bien. Confío plenamente en ello, y en ti.
Llámame si necesitas cualquier cosa.
H. Estheim
La joven esbozó una media sonrisa. Hope debía de haber llevado mucho cuidado para no despertarla cuando recibió la llamada de la Academia, porque ni se había enterado de que se había ido. Aunque él siempre había tenido una habilidad especial para la discreción.
Releyó la nota con más calma. ¿Hope había planeado acudir a su nombramiento como soldado? ¿Por qué no se lo habría dicho la noche anterior? ¿Sería esa la “sorpresa” que había intentado sonsacarle después de la cena? Lightning se sentía un poco decepcionada; le hubiera gustado que Hope la acompañara, aunque sólo fuera para darle apoyo moral. Aun así, los ánimos de su amigo en la nota destilaban su habitual calidez incluso en papel. Su nerviosismo, bien camuflado bajo su aparente estoicismo, se había aplacado un poco cuando se hubo duchado y vestido y fue a la cocina para hacerse el desayuno.
Aquel día no tenía mucho que hacer. Se suponía que iba a acudir a la sencilla ceremonia de aceptación en la Guardia y a recibir una instrucción básica sobre las rutinas y las tareas de los soldados en Academia. Aun así, estaba inquieta. No era tan fácil haberse jugado la vida como guerrera elegida por los dioses y así, de pronto, regresar a una vida cotidiana.
Pensar en ello le hizo acordarse de Serah. ¿Cómo les iría a ella y a Snow en sus primeros días de casados? Había estado tan ocupada que ni siquiera se había acordado de llamarles para ver cómo estaban ellos y Noel, a quien habían acogido en su casa y que se estaba recuperando todavía de los efectos del Caos. Decidió que les llamaría cuando volviera, pasara lo que pasara.
Lightning nunca había terminado de comprender por qué Serah, teniéndola a ella, había elegido compartir su vida con Snow. Aunque su cuñado se hubiera ganado su respeto, seguía creyendo que juntas podrían haber continuado perfectamente su vida. Pero Hope tenía razón: Snow hacía feliz a Serah, y para Lightning la felicidad de su hermana era primordial.
Mientras salía del piso de Hope y se encaminaba hacia el cuartel de la Guardia, Lightning recordaba su conversación con Serah, después de la boda, cuando le contó su plan de establecerse en Academia y compartir techo con el joven científico hasta poder costearse una casa propia.
-¡Me alegro mucho por ti! Academia es una ciudad preciosa-había exclamado Serah, si bien cierta tristeza afloró en su rostro cuando abrazó a su hermana-. Te voy a echar de menos, pero iremos a visitaros a Hope y a ti. ¡Y venid también a vernos!
-Por supuesto-sonrió Lightning, y su expresión se tornó socarrona-. Sabes, si no te hubieras casado con el cabezota de Snow, podríamos haber vivido juntas allí y no tendríamos que separarnos. No termino de comprender qué le ves a eso de compartir tu vida con un hombre… o peor aún, dos.-añadió burlona, señalando con la cabeza a Noel, que observaba la fiesta con aire melancólico.
Pero Serah, en lugar de enfadarse por la clara insinuación de su hermana mayor, se había limitado a devolverle idéntica sonrisa socarrona.
-No tardarás mucho en comprenderlo.-fue su enigmática respuesta.
Lightning no consiguió que Serah le explicara lo que había querido decir. Su hermana era una experta guardando secretos. Pero aquél no era uno que le quitara el sueño, así que lo olvidó pronto.
En cambio, seguía preguntándose si realmente acudir al nombramiento había sido el secreto que Hope le había mencionado el día anterior. Es más, incluso se planteó que su amigo se hubiera ido antes a propósito para que no pudiera seguir interrogándole.
Secretos por todas partes. A Lightning no le gustaba no saber qué le esperaba. ¿Por qué la gente les tendría tanto cariño?
* * *
Hope estaba acostumbrado a acudir inmediatamente a las oficinas de la Academia en cuanto le requería algún asunto urgente, y hasta la fecha no le había importado sacrificar sus horas de sueño por su trabajo. Al fin y al cabo, había estado convencido de que la recompensa por sus esfuerzos los compensaría sobradamente.
El problema era que su objetivo ya lo había alcanzado y, sin embargo, tenía que seguir pasando horas y horas trabajando sin descanso en la Academia. Sabía que era su deber, pero le fastidiaba mucho que le echaran por tierra los planes que tenía para aquel día.
En eso estaba pensando cuando, de pronto, se percató de que el académico que tenía delante le miraba con fijeza, como si aguardara su opinión. Aquello le hizo aterrizar bruscamente de su mundo.
-Disculpa, estaba pensando… -se excusó atropelladamente; pese a todos los años que llevaba siendo un importante miembro de la institución, aún le costaba recobrar la compostura cuando la perdía-¿Qué me decías?
-Le estaba comentando que para terminar con esto hoy necesitaríamos una dosis extra de magia de Rayo, y que, aunque sea arriesgado por el peligro de sobrecarga, podríamos requerir un hechizo Magno Electro de los suyos-dijo el hombre, y le observó con cierta preocupación-. ¿Se encuentra bien, Director? Le noto distraído.
-No es nada-suspiró Hope ordenando los papeles que tenía escampados por la mesa de la sala de investigaciones, donde los científicos de la Academia se reunían para debatir teorías y proyectos-. Creo que tengo demasiadas cosas en la cabeza, nada más.
-Sí, la verdad es que ha pasado mucho en muy poco tiempo. Comparado con lo que ha pasado en quinientos años, claro-observó el otro científico-. Bueno, Director, ¿qué opina? Personalmente, coincido en que el Doctor tiene razón: deberíamos esperar un poco más antes de precipitarnos y que algo salga mal.
Hope frunció el ceño al tiempo que buscaba sus apuntes en una carpeta. Habían pasado casi tres horas reunidos con la máxima autoridad de la Academia, el Doctor Oscar Lamont, que había estado a cargo de la institución cuando el joven despertó de nuevo de su segunda estadía en su cámara del tiempo en el año 500 d. H., apenas días antes de la caída del Nido. Como todos, los siglos en Nova Chrysalia no habían hecho mella física en él, así que había retomado el cargo cuando todo regresó a la normalidad.
Si bien en la Academia del año 400 d. H. los científicos y el líder de la institución de la época habían recibido a Hope con los brazos abiertos tras despertar de su sueño, no parecía ser el caso del Doctor Lamont. En su día, Hope había rechazado la posición de Doctor como dirigente absoluto de la Academia, limitándose a ejercer como asesor de alta posición, pero resultaba obvia la diferencia de popularidad entre el joven Estheim y el líder oficial de la Academia. Y eso no le hacía ninguna gracia al Doctor Lamont, que, en el poco tiempo que Hope había tratado con él, le había puesto todas las trabas posibles a sus propuestas.
“Pero esto no me lo va a arruinar”, pensó Hope con decisión. “Ya que no he podido cumplir una parte, al menos la tengo que compensar con otra.”
-Yo no digo que la opinión del Doctor Lamont sobre usted sea correcta-prosiguió el otro científico, inseguro-, pero debe reconocer, Director, que sus ideas a veces resultan… peculiares.
Hope enarcó brevemente las cejas. No era ningún secreto que el Doctor Lamont consideraba poco menos que un fósil al joven Director. Él sabía perfectamente que se hallaba en una época que no le correspondía, y como tal, había relegado su mando en las personas que habían vivido en aquel mundo futuro, acostumbradas a los grandes avances de la ciencia; si había escogido el puesto de asesor había sido para poder aportar detalles de la tecnología y el mundo pasado que pudieran haberse perdido a lo largo de los siglos. Pero eso no había detenido al Doctor Lamont al decir en una reunión que las ideas de Hope eran “anticuadas e infantiles”.
Tampoco era la primera vez que la juventud de Hope ponía en entredicho su juicio. En sus dos primeros años como Director, raro era el día que le cuestionaban menos de diez veces.
-Quedarnos de brazos cruzados mientras la ciudad necesita esto urgentemente no va a ayudar mucho-replicó el joven científico, sacando el documento que necesitaba de la carpeta-. Podemos posponerlo una semana entera más y seguiríamos sin haber avanzado lo más mínimo. El Doctor sabe que no me gusta mezclar magia y tecnología a menos que sea estrictamente necesario, pero con los medios de los que disponemos, sólo los hechizos Electro aportarían la energía que precisamos.
Aquello era cierto, en parte. Defensor a ultranza del ideal de que los humanos no debían depender de nadie, Hope había evitado usar la magia en su vida, pese a su prodigiosa habilidad como mago. Durante años había creído que la magia provenía de los dioses y los fal’Cie, con lo que la había limitado a tareas mundanas como activar los Auspiciadores. Pero, a lo largo de los siglos, en especial en Nova Chrysalia, había descubierto que la magia no era otra cosa que el efecto de la cristalización de las fuerzas de la naturaleza. Dado que las partículas de cristal que flotaban en el aire tras el Hundimiento del Nido eran mucho más densas, la gente había empezado a poder usarla sin ser lu’Cie. Hecho este descubrimiento, los prejuicios de Hope en contra de la magia habían ido mermando con el paso de los años: ahora, su ideal era el de un mundo que pudiera conjugar magia y tecnología a partes iguales, usando tanto los dones de la naturaleza como los de la mente humana.
El académico frunció el ceño. No parecía muy convencido, pero tampoco discutió el argumento de Hope. De todas formas, la última palabra la tenía el Doctor Lamont.
-Lo cierto es que la Academia ha estado un poco perdida hasta que usted regresó, Director-comentó al cabo de unos minutos en los que Hope releyó y corrigió el documento que había sacado-. ¿Cómo es que no volvió antes a la ciudad?
-Asistí a la boda de una amiga en Nueva Bodhum.-explicó Hope sin levantar la vista de su trabajo. Aunque no fuera una causa de mucho peso para cualquier otra persona, para él sí lo era: jamás había concebido la idea de no asistir a la boda de Serah y Snow. Se preguntó cómo les iría, y se dijo que tenía que recordarle a Lightning que les llamara, si no lo había hecho ya.
Miró el reloj que pendía de una de las paredes. Ya era casi mediodía: a aquella hora ya estaría teniendo lugar la ceremonia de investidura de Lightning como nueva soldado de la Guardia de Academia. Frunció el ceño, maldiciendo para sus adentros el don de la oportunidad de las reuniones de la Academia; le hubiera encantado poder asistir, acompañar a su amiga en aquel momento tan especial. Hubiera sido perfecto entregarle entonces la sorpresa que tenía guardada para ella.
“Lo compensaré cueste lo que cueste”, pensó Hope recordando la conversación que había tenido con Lightning al llegar a la ciudad. “Ni siquiera el Doctor Lamont va a echarle a perder a Light un día que merece disfrutar.”
* * *
Aquella tarde, Lightning llegó al piso de Hope con una media sonrisa dibujada en sus labios, feliz al poder vestir una vez más el uniforme de la Guardia. Además, no era el uniforme que llevaban las demás mujeres, sino el que siglos atrás habían llevado los Vigilantes de Bodhum; por lo visto, nadie concebía que la soldado Lightning Farron llevara otro atuendo distinto como miembro de la Guardia. Ella había otorgado un honor especial a aquel traje que en otro tiempo había sido considerado peculiar entre la Guardia del Nido.
Su nuevo uniforme era exactamente igual que el que ella había vestido hacía tanto tiempo, salvo por un par de detalles que la hacían sentirse un poco decepcionada: su capa roja y su antiguo sablepistola, un modelo conocido como Hoja Candente.
Entendía por qué aquellos elementos no habían sido incluidos en aquel uniforme. La capa roja había sido un complemento que ella misma había decidido añadir: tenía dieciséis años cuando entró en la Guardia y una capa como aquélla la había hecho sentirse fuerte y poderosa, como una heroína capaz de proteger a Serah de todo y de todos; ahora la idea resultaba infantil, pero aun así Lightning le tenía un cariño especial a aquella capa. Respecto al sablepistola, el capitán Audren le había dicho que la Hoja Candente era un modelo muy arcaico que había dejado de ser fabricado siglos atrás, una noticia que la joven había recibido como un golpe, pues aquella arma sólo se entregaba a aquellos soldados especialmente talentosos. Pero, claro, aquellos tiempos eran ya sólo leyendas para los habitantes del Gran Paals.
La investidura había sido sencilla y formal. No había muchos soldados en el cuartel y por suerte para Lightning no había asistido mucha gente. El capitán Audren le había entregado su diploma y su uniforme, además de la placa del hombro derecho adornada con dos luminosas líneas amarillas que la señalaban como sargento de la Guardia. Según el capitán, no había motivo para no concederle de nuevo un rango que ella ya tenía, a pesar de haber renunciado antes de unirse voluntariamente a la Purga.
Cuando entró en el piso, Lightning vio que las luces estaban apagadas. Aquello significaba que Hope aún no había regresado, y arrugó brevemente el entrecejo. Cada vez tenía más claro que el trabajo en la Academia no era precisamente muy llevadero.
Mientras encendía las suaves luces del piso y se sentaba en el sofá, cansada, volvió a darle vueltas al misterioso secreto de Hope. Si había sido acudir con ella a su investidura, desde luego no había podido salirle peor. Ella lo conocía bien y sabía que detestaba no cumplir con su palabra. Sin duda, se estaría disculpando semanas una vez llegara a casa.
Exhalando un suspiro, Lightning sacó el pequeño teléfono móvil que Hope le había dado y marcó el número de Serah y Snow. Además de poder hablar con su hermana, podría contarle las últimas novedades y sus recientes experiencias en Academia.
Fue Serah quien contestó, lo cual le ahorró a la joven tener que aguantar los chistes de Snow antes de que le pasara con su hermana. La alegría de Serah fue palpable cuando Lightning le contó que había entrado de nuevo en la Guardia, y la felicitó efusivamente. Luego le contó cómo estaban ella, Snow y Noel; según Serah, Noel estaba evolucionando favorablemente, y pasaba tiempo cazando para distraerse y dejarles tiempo a solas a ella y a Snow.
Estaban un rato charlando cuando Lightning oyó abrirse la puerta del piso. Se enderezó, alerta, pero a los pocos segundos fue Hope quien salió del pasillo, con aspecto cansado, pero cuando la vio le dirigió una sonrisa que se acentuó cuando se fijó en su atuendo de soldado. No necesitó preguntar con quién hablaba; habría que ser burro para no saber que la primera persona en la lista de prioridades de Lightning era su hermana Serah.
-¿Qué pasa, Lightning?-preguntó Serah al otro lado del teléfono.
-No te preocupes, es Hope, que acaba de llegar.
-¡Oh!, entiendo. Pues salúdale de mi parte.
Lightning le dirigió una breve mirada a Hope, que se había sentado a su lado, sin duda interesado por las novedades que Serah le contaba a su hermana, y esbozó una sonrisa.
-Díselo tú misma.-dijo, y le acercó el teléfono a Hope. Él la miró sorprendido, sin atreverse a coger el teléfono, pero Lightning prácticamente se lo puso en las narices para evitar otra de las crisis de inseguridad de su amigo.
-¡Hola, Hope!-saludó Serah al oír la respiración del joven a través del teléfono. Sin más remedio, Hope cogió el teléfono de manos de Lightning.
-Hola, Serah. Perdona, no pretendía interrumpiros…
-No pasa nada, ya habíamos hablado un rato. ¿Cómo estás? ¿Mucho trabajo?
-Sí-respondió Hope; a su lado, Lightning intentaba escuchar a su hermana acercando la oreja al teléfono-. Pero con eso ya contaba, y de todas formas, es algo que hay que hacer. ¿Y vosotros, cómo estáis?
-Oh, ¡bien, estamos bien! Snow decía que a ver cuándo os animáis a venir a vernos. Y Noel está mejor, creo que el aire de mar le sienta bien. Pasa mucho tiempo al aire libre, cazando, y también dice que estaría bien que nos visitarais.
-Bueno, Light puede ir cuando quiera-Hope dejó escapar una risa un poco incómoda-, pero yo lo tengo un poco difícil ahora. Me sabe fatal, pero tal y como están las cosas, hasta que no hayamos solucionado los problemas más importantes…
-No te preocupes-dijo Serah-, venid cuando podáis. Pero venid los dos, ¿vale? ¡Y no os olvidéis de llamarnos de vez en cuando!
-Claro que no.-intervino Lightning sonriente, que había estado escuchando la conversación.
Conversaron un par de minutos más, hasta que al fin Serah dijo que tenía que hacer la cena para Snow y Noel, que habían ido a cazar juntos, y colgaron. Lightning observó el teléfono con una expresión nostálgica en sus ojos azules.
-Me cuesta creer que haya vuelto.-murmuró, su mirada perdida pero feliz. Hope la observó, pensando para sus adentros que no era la única que se maravillaba de que una de las hermanas Farron hubiera regresado de un fatídico destino.
-La echas de menos, ¿verdad?-preguntó en voz baja el joven al cabo de un minuto.
-Claro que la echo de menos. Pero debo aceptar que Serah ha seguido su propio camino y ya no necesita que yo la proteja. Y, sabes, creo que es mejor así. Hay que dar alas a quien no sabe volar, y Serah ya ha alzado el vuelo.
Hope esbozó una tímida media sonrisa, pero no dijo nada.
-Tú también has alzado el vuelo-le dijo Lightning sonriendo a su vez, adivinando lo que su amigo estaba pensando-. Ahora ya no necesitas mi protección.
-No me importa que la mantengas, yo no soy tan fuerte como tú o como Serah. Y aun así, no voy a olvidar mi promesa, ya te lo dije una vez.-repuso Hope tímidamente, y desvió la mirada intentando ocultar su rubor. Afortunadamente, Lightning no se dio cuenta.
-No hay manera de quitártela de la cabeza, ¿eh? La verdad es que yo tampoco tenía pensado olvidarla. Sólo decía que al menos ahora ya puedes defenderte por ti mismo. Y me alegro que al menos pudiera enseñarte eso.-la joven le revolvió afablemente el cabello plateado a su amigo, como había hecho tiempo atrás en su viaje como lu’Cie.
-Eso me recuerda… -Hope levantó la cabeza y sus ojos recorrieron el uniforme de Lightning-Aún no te he felicitado por tu nombramiento. Y eso que te han hecho sargento otra vez…
-No pasa nada, Serah era más importante.
-Pero te falta la capa-observó el joven científico-. Y tampoco tienes ningún arma. ¿No te las han dado?
Lightning hizo un gesto brusco que podía entenderse tanto como de resignación como de fastidio.
-Tal y como están las cosas, supongo que no puedo pedir más. Tendré que acostumbrarme a las armas “modernas” de la Guardia. Pero las he probado y son un auténtico lío, no sé cómo pueden usarlas con tanta soltura.
Hope rió entre dientes. Lightning sabía que no se estaba riendo de ella, pero eso sólo le hizo preguntarse a qué venía su risa. Le lanzó una mirada inquisitiva, pero él no se la devolvió.
Cuando la joven siguió su mirada, descubrió que contemplaba pensativo un fardo de tela roja que tenía entre los brazos y que le había pasado desapercibido por completo hasta aquel momento. Antes de que pudiera preguntar, Hope alzó la cabeza y sonrió.
-Bueno, entonces supongo que no te vendrá mal un regalo-le dijo tendiéndole aquella tela arrugada-. Perdona que no lo haya envuelto como es debido, no es fácil hacerlo en estos momentos, pero… en fin, lo prometido es deuda.
-¿Ésta es tu sorpresa? ¿Un regalo?-Lightning, sorprendida, cogió la tela; pesaba mucho para ser solamente tela-Creía que tu sorpresa era acompañarme a la ceremonia…
-Me hubiera encantado poder dártelo allí, pero me temo que me ha salido mal el plan completo-explicó Hope con gesto de disculpa-. He tenido que improvisar un poco.
Lightning optó por no preguntar más y apartó la tela roja, llena de curiosidad por conocer de una vez el secreto que Hope le había estado ocultando un día entero. De pronto, sus dedos tocaron una superficie metálica, y su corazón se aceleró, expectante.
Cuando retiró la tela por completo, un brillante y afilado sablepistola relució en su regazo. Era una Hoja Candente, idéntica a la que ella había blandido siglos atrás, durante su periplo como lu’Cie. Era exactamente igual a su vieja arma, hasta tal punto que distinguió aquella frase grabada expresamente para ella en los arcaicos caracteres del alfabeto de Paals: “Invoca mi nombre, soy el rayo.”
-Cómo… -Lightning se había quedado sin palabras-¿De dónde has sacado…? El capitán Audren me dijo que ya no fabricaban este modelo de sablepistola…
-Sí, lo sé. Por eso lo hice yo-reveló Hope con timidez; Lightning le miró, incrédula-. ¿No te acuerdas que una vez tu Hoja Candente se rompió cuando viajábamos juntos? Yo la reconstruí. Y aproveché para averiguar cómo funcionaba y de qué piezas constaba.
Aquello tenía sentido. Lightning sabía que a Hope le había llamado poderosamente la atención su sablepistola. Había querido que le enseñara a usarlo, pero ella se había negado porque era un arma demasiado pesada para alguien con la constitución física de su amigo, que era del tipo que tenía mucho más cerebro que músculos.
Aunque era un poco peligroso manejar un arma dentro del piso de Hope, Lightning quería probarla. Se levantó y con un simple movimiento de la muñeca pasó el sablepistola a su posición de pistola. Había sido una transformación fluida y perfecta, muestra de la extraordinaria habilidad de Hope para la mecánica.
-Gracias, Hope. No tenías por qué regalarme nada, pero… gracias de todas formas.-dijo Lightning después de haber puesto a prueba la ligereza de su nueva Hoja Candente en su modo espada. Él simplemente sonrió, y cogió la tela roja con la que había envuelto el arma.
-No hay de qué. Pero antes de que me lo agradezcas antes de tiempo, creo que a tu uniforme le falta algo.-y, con una sonrisa divertida, le tendió a su amiga la tela. Ella tardó un instante en comprender a qué se refería, y cuando lo hizo se quedó aún más sorprendida.
-¿Mi capa?-preguntó para asegurarse, a lo que Hope asintió-¿Cómo sabías que no iban a devolvérmela?
-Estaba al tanto de que la Guardia de esta era no había tenido en cuenta ese detalle a la hora de confeccionar el uniforme de su heroína-explicó él mientras Lightning cogía la capa y se la enganchaba al broche que dejaba la placa de su hombro-. A mí me gustaba esa capa, así que pensé que podría regalártela yo. No soy muy bueno cosiendo, pero…
No pudo decir más porque en aquel momento Lightning le abrazó por sorpresa. Aunque Hope ahora era más alto que ella, su reacción le había pillado tan desprevenido como aquella vez en Palumpolum, cuando era un chiquillo que entre sus altos y fuertes compañeros lu’Cie parecía perdido e indefenso.
-Calla, Hope-murmuró la joven sin disimular un cierto tono de burla en su voz-. A veces das demasiadas explicaciones.
Él puso los ojos en blanco; no era la primera vez que Lightning hacía notar aquello, sobre todo desde que supo que se había convertido en un científico. Según ella, había cogido la mala costumbre de buscarle una explicación a todo y a todos.
El reloj que pendía de una de las paredes señalaba que faltaba poco más de un minuto para las ocho de la tarde. Sonriendo, Hope se separó de Lightning con suavidad y se acercó a la amplia ventana del salón.
-Bueno… Como ya te he dicho, no he podido asistir a tu investidura y darte esos regalos en ese momento, por una urgencia en la Academia. Pero quizá esto te guste-dijo el joven, y le hizo un gesto a Lightning para que se acercara-. Ven, mira.
Ella, intrigada, lo hizo. Desde allí se apreciaba la Gran Avenida de Academia tenuemente iluminada por la luz de la luna, silenciosa y fría como la ciudad que aún se estaba recuperando del cataclismo que había acontecido sobre el mundo.
Durante un largo minuto observaron en silencio aquel oscuro paisaje. Y entonces, cuando Lightning estaba a punto de preguntar qué se supone que debía ver, el reloj marcó las ocho en punto.
Y en ese instante, una intensa y radiante luz que nada tenía que ver con la luna iluminó de pronto no sólo la Gran Avenida, sino toda la ciudad de Academia. Tras la primera impresión, que casi logró deslumbrar a Lightning, se percató de que no era una simple luz, sino cientos, miles de luces de todos los colores que formaban hologramas, imágenes, cintas transportadoras… Había luz por doquier, allá donde mirara: Academia se había convertido en una réplica del cielo nocturno, repleto de brillantes estrellas.
La joven no pudo evitar dejar escapar un grito ahogado de sorpresa, maravillada. Nunca, en todo el tiempo que había vivido, habría imaginado jamás ver una ciudad tan espectacular, tan tecnológica pero a la vez tan llena de magia. No sabría definir Academia tal y como la estaba viendo. Al llegar le había parecido impresionante, pero en aquel momento… Le parecía que “hermosa” era un apelativo que se quedaba corto.
-Habéis… reactivado el sistema eléctrico… -musitó Lightning cuando recuperó el habla.
Giró la cabeza hacia Hope, que no respondió. Tenía la mirada clavada en aquella vista nocturna de Academia, y a Lightning le pareció que sus claros ojos brillaban más de lo usual. Para él debía de ser todavía más especial aquel paisaje, sobre todo porque la ciudad había sido una de sus obras maestras. Quizá la única que le quedaba, desde la caída del Nuevo Nido.
-Gracias, Hope.-dijo Lightning con sencillez.
Hope esbozó una media sonrisa nostálgica. Los cristales de sus gafas brillaban a la luz que había iluminado Academia en medio de la noche.
-No me debes nada-replicó suavemente-. Tú limpiaste mi casa. Yo sólo te devuelvo el favor. Ahora ya estamos en paz.
-Venga ya-Lightning le lanzó una mirada exasperada-. No me digas que lo has hecho sólo por eso. Te dije que lo hice porque yo quería. No te pedí que me devolvieras el favor.
-Teníamos que reactivar el sistema igualmente, así que no es exactamente lo mismo… Pero, ya que no he podido acompañarte, pensé que te gustaría ver Academia tal y como era antes en un día como hoy-pese a que la sonrisa de Hope denotaba cansancio, era sincera-. Ha costado varios hechizos Magno Electro, pero ha merecido la pena.
-¿Has usado tu propia magia para esto?-Lightning comprendió por qué su amigo estaba agotado-No tienes remedio. Algún día conseguirás matarte de verdad.
-Ríñeme cuanto quieras. A mí me basta con saber que te he alegrado un poco el día.-repuso él, divertido. Lightning sacudió la cabeza, pero en el fondo prefería dejar de lado las regañinas; su amigo tenía razón, había hecho todavía más especial aquel día para ella.
-Deberías descansar-observó la joven al cabo de unos momentos-. Has hecho un esfuerzo considerable para activar la electricidad otra vez.
-No te preocupes, no voy a morir todavía. Y no pretenderás que tu retorno a la Guardia pase sin una cena decente-sonrió Hope, y antes de que Lightning pudiera detenerle, se dirigió hacia la cocina-. Aunque no me vendría mal que me ayudaras un poco.-añadió adelantándose a las protestas de su amiga, que ya había abierto la boca.
Lightning suspiró, resignada, pero no tardó en devolverle la sonrisa y seguirle hasta la cocina, donde él ya estaba sacando los cacharros necesarios de los armarios.
-Si no fuera porque sé que eres atento con todo el mundo, Hope, me preguntaría por qué te complicas tanto la vida de esta forma conmigo.-observó la joven soldado, divertida.
Hope se limitó a reír suavemente por lo bajo, pero no respondió a la pregunta.
“A veces me pregunto cómo puede ser que para ti la respuesta siga siendo un secreto.”

martes, 5 de febrero de 2013

[OS] ¿Cuál es tu razón?



Las calles de Luxerion estaban casi desiertas a aquellas horas de la noche.

Los monstruos acechaban desde la oscuridad.

Nadie que valorase mínimamente su vida osaría poner un pie en las calles de los suburbios de la ciudad cuando la oscuridad lo abrazaba todo, más de lo normal en aquel mundo.

Pero él, una vez más, había decidido arriesgarse.

Se sabía protegido contra la oscuridad.

Tenía que saber…

Pasó una mano por la pared. Sentía el frío tacto de los azulejos, pero era capaz de percibir aquella chispa tibia…

Magia…

Sin embargo, aquel muro seguía resistiéndose a sus esfuerzos por desentrañar su secreto. Había empezado a pensar que no era a él a quien le correspondía hacerlo.

Otra broma más de los dioses.

La aparición de aquella runa en aquella pared, hacía ya meses, había avivado su expectación. Aunque sólo hubiera brillado durante unos segundos.

Algo estaba cambiando.

Cambios en un mundo inmutable…

¿Qué, o quién, sería capaz de obrar semejante milagro en aquel mundo sempiterno?

Sólo conozco a una persona que lo haya hecho…

¿Estaría augurando aquella magia el milagro que llevaba siglos esperando?

Oyó pasos tras él. Su instinto le alertó antes de que el sonido llegara a sus oídos. Se giró casi al instante para encontrarse con el filo de un pequeño gladio, oscuro y recorrido por líneas azuladas, apuntándole directamente al cuello.

Un mechón de cabello grisáceo resaltaba entre la melena castaña del recién llegado, iluminado suavemente por la luz de la luna y las farolas de Luxerion.

-Has vuelto.-dijo su atacante, su voz fría y áspera, rota por el sufrimiento de siglos. No era una pregunta, sino una afirmación.

Él se limitó a devolverle una mirada límpida de sus ojos color verde agua.

-Lo he hecho.

-Creo recordar que te advertí de lo que te pasaría si volvías a poner un pie por aquí.-prosiguió el joven de cabello castaño, acercando la punta de su espada un poco más a su cuello.

Pero él esbozó una media sonrisa lacónica.

-La ciudad es de todos. Que tú creas que tienes derecho a reclamar para ti este pedazo de Luxerion sólo porque te proteja la Orden no significa que yo no pueda venir aquí a investigar cuantas veces quiera, Noel.

Su atacante mostró los dientes en una mueca de desprecio.

-Ese nombre ya no significa nada para mí.

-Y, según tú, el nombre “Cazador Sombrío” sí lo hace-replicó él, enarcando las cejas-. Veo que el Caos sigue tan fuerte como siempre dentro de ti.

Noel torció el gesto. Sus ojos azules eran una pared de acero.

-Y el tuyo carece de sentido en este mundo. Hope-pronunció la palabra con evidente desagrado, como si la escupiera-. Ya no hay lugar para la esperanza.

El joven, de revuelto cabello plateado, ladeó la cabeza. No perdía de vista el filo del gladio de Noel, todavía peligrosamente cerca de su cuello.

-Si nos rendimos al destino, es cuando no lo habrá.

-No se puede desafiar al destino.-fue la agria respuesta de Noel. Había una intensa rabia contenida en su voz.

En aquel punto, Hope comprendía sus motivos para afirmarlo.

Pero no los compartía.

-Te recordaba mucho más dispuesto a luchar por un futuro mejor, Noel.

-Ya no existe el futuro-replicó Noel con brusquedad, y alzó su otra espada, mucho más ornamentada, hacia el pecho de Hope-. Y tú sigues obcecado en negarlo. Una falsa esperanza.

Hope cerró los ojos. No era la primera vez que había oído aquellas palabras de su boca.

-No soy yo quien la alimenta-dijo con calma-. Esa esperanza nunca nos ha dejado. Pero la gente se niega a ver más allá de la piedad de Bhunivelze…

Noel soltó una amarga risotada.

-Qué sorpresa oírte decir eso. ¿Qué diría la Orden si supiera que dudas de las divinas enseñanzas del Dios, Hope?

-La Orden no tiene por qué meter su nariz en lo que yo crea o deje de creer. Mis pensamientos son sólo míos.

-Permíteme que lo dude-los ojos de Noel brillaban con desprecio-. Si vives lejos de Luxerion y vienes aquí a investigar de noche, como un fugitivo, es por salvar tu cuello del alcance de la Orden, y lo sabes. ¿Qué sentido tendría si no que el creador del Nuevo Nido haya elegido como hogar un lugar tan devastado como las tierras del Santuario?

Si los ojos de Noel mostraban disgusto, en aquel instante los de Hope relucieron con determinación.

-Tengo algo muy importante que proteger allí.

La mueca de Noel se volvió aún más fiera. Sus dos espadas seguían apuntando tanto al cuello como al pecho del joven científico.

-En eso gastas la poca brillantez que te queda-escupió el Cazador Sombrío-. En un estúpido cristal.

Por primera vez, la aparente calma de Hope desapareció de su rostro, sustituida por una expresión peligrosamente fiera.

-Vigila tus palabras-le advirtió el joven científico entornando los ojos de forma que sólo se apreciaban dos rendijas color verde-. No seré yo quien se inmiscuya en lo que hagas o no, Noel, pero no pienso permitir que insultes deliberadamente aquello por lo que lucho.

-¿Y cómo piensas impedirlo?-las espadas de Noel se acercaron un poco más a él, amenazantes. Pero Hope no se amilanó.

-Puede que no sea un guerrero experimentado como tú, pero aún soy capaz de defenderme con la magia. No me provoques y no tendré necesidad de usarla.

Noel frunció el ceño con fiereza, pero en sus ojos había una chispa de recelo. Aunque Hope ya  no era un lu’Cie, había oído suficientes historias sobre el extraordinario don del científico para la magia, por poco que la usara.

-Sabes cuál es mi trabajo-siseó el Cazador Sombrío, observando a Hope como un depredador a punto de despedazar a su presa-. Y por qué la Orden me tiene en alta estima.

-Así que sigues dando caza a los que se han dado cuenta de la verdad.

-Tú llevas en esa lista mucho tiempo. Por tu cabeza se paga un alto precio.

Hope estaba al tanto. Si no fuera así, no tendría que investigar en Luxerion de noche, siempre alerta por si alguien se acercaba. La recompensa que la Orden ofrecía por él no era poca cosa.

-Y sin embargo, no es la primera vez que me tienes a tu merced. ¿Cuál es tu razón para no matarme, Noel?

Noel mostró los dientes en una mueca feroz.

-No tengo por qué perder el tiempo con falsas esperanzas. No mereces la pena. Has fracasado en todo en lo que te has propuesto, una y otra vez.

Las palabras del Cazador eran duras. Pero para Hope no eran nada que no supiera ya. Él mismo se las había repetido a lo largo de casi cinco largos siglos que, para la gente en general, no habían sido sino un suspiro.

-Lo sé.

-Y sin embargo, sigues rebelándote contra lo que ya no tiene solución-Noel lo miraba fijamente-. ¿Por qué? ¿Cuál es tu razón para seguir luchando?

Hope cerró los ojos. Aquella pregunta tampoco le era desconocida. Llevaba centurias haciéndosela a sí mismo.

Pero supe la respuesta desde el primer momento.

-Hice una promesa de la cual aún no he podido cumplir mi parte.

-Ella no volverá-replicó Noel con acritud-. Está muerta. Caius la mató.

El joven científico sacudió suavemente la cabeza.

-Ella volverá. De eso estoy tan seguro como de que el tiempo dejó de fluir hace quinientos años.

Noel hizo una mueca.

-Si no existe el tiempo, tampoco existe el futuro.

Hope le dirigió una mirada extraña, pensativa, casi entristecida.

-Serah sufriría mucho si te oyera hablar así del futuro por el cual una vez luchaste, Noel.

-Serah está muerta.-la voz del Cazador Sombrío tembló casi imperceptiblemente, pero aquel instante de dolor no pasó desapercibido para Hope, que alzó la cabeza con decisión y clavó en Noel sus ojos color verde agua.

-Ella volverá-repitió, y añadió con una agridulce media sonrisa:-. Ambas volverán. No me importa el tiempo que tenga que esperar. Algún día lo veré con mis propios ojos.

-Si te mato antes-murmuró Noel acercando sus espadas todavía más a su pecho-tu premisa no se cumplirá. Sería toda una humillación para el científico rebelde que tanto teme la Orden…

Pero Hope se limitó a dirigirle una mirada serena.

-Dime, Noel. ¿Es lo que realmente quieres? ¿Qué diría Serah si regresara y supiera lo que has hecho?

Noel sostuvo su mirada unos segundos de tenso silencio. Sus espadas seguían apuntando tanto al cuello como al corazón de Hope, y por un momento el joven creyó que su filo se aproximaba aún más a él.

Pero fue sólo una impresión, porque entonces Noel bajó bruscamente las armas y le dio la espalda, sus manos aferrando con fuerza las empuñaduras de sus espadas.

-Vete.-le dijo el Cazador Sombrío en apenas un susurro cargado de amargura.

Hope respiró hondo, y chasqueó los dedos para apagar la luz mágica que había encendido antes para examinar la pared. Noel no le hizo caso; seguía dándole la espalda, su cuerpo temblando… ¿de rabia?, ¿de impotencia? ¿De todo un poco?

-Te lo dije la otra vez, Noel-murmuró Hope, consciente de que estaba tentando su suerte-. El Caos ha hecho mella en ti, pero aún hay esperanza para ti. No la rechaces.

-Esa esperanza está tan muerta como aquélla que según tú la representa y su hermana. Y ahora lárgate antes de que cambie de opinión y cumpla las órdenes de la Orden como debería haber hecho nada más verte.

Hope frunció el ceño, pero asintió brevemente. Se cubrió la cabeza con la capucha y las oscuras gafas que usaba para camuflarse en la noche de Luxerion, y se dispuso a alejarse de allí, de vuelta al Santuario de Etro.

Sin embargo, apenas había dado unos pasos cuando oyó de nuevo la voz de Noel:

-¿Cómo es posible que el Caos no te haya afectado, Hope? ¿Cuál es tu razón para no haber perdido toda esperanza?

Esta vez fue Hope quien no se volvió para responderle, pero esbozó aquella agridulce media sonrisa que siempre se dibujaba en sus labios cuando pensaba en su razón.

-La oscuridad del Caos jamás podrá apagar la luz de mi esperanza, Noel. La misma luz que un día me enseñó a encontrar la esperanza que hay en mí.